En la edición del martes 29 de mayo de 1973, días posteriores a la asunción de Cámpora se publica el siguiente texto que cuenta cómo vivió el pueblo el gran suceso de la vuelta del gobierno popular.
El 25 de mayo de los Descamisados
Mientras centenares de miles de compañeros colmaban la plaza del Congreso y la plaza de Mayo; uno de esos compañeros, Héctor José Cámpora, juraba su cargo y pedía a otros dos “compañeros presidentes” —Salvador Allende, de Chile y Osvaldo Dorticós Torrado, de Cuba— que rubricaran junto a él el acta que lo proclamaba primer mandatario de los argentinos.
La promesa formal del compañero presidente al concluir su mensaje al país es que no gobernaría sólo él, sino el conjunto de los compañeros: el pueblo que estaba afuera, aclamando a Juan Perón, a Eva Perón y a él mismo. “…En la concepción justicialista de la historia y de la política, el pueblo no es ni un estribo ni un escalón para llegar al poder —dijo—; es el sujeto y el objeto de la historia. Y es el dueño de todas las decisiones”.
En su extenso discurso, Cámpora refirmó el programa que el peronismo ofreció al pueblo el 11 de marzo y que el pueblo votó abrumadoramente. Ahora, ese programa es la bandera de lucha y si ejecutarlo será difícil, si los antipatrias están agazapados a veces al lado nuestro, preparando una nueva revancha y una nueva entrega —una contrarrevolución—, el cierre del discurso del presidente les advierte también a ellos que su propósito no es fácil de conseguir. Porque ese programa no será traicionado: “Esta es la lealtad esencial que el pueblo espera de quienes fuimos elegidos por sus votos. No alterar. No adulterar. No traicionar. Ser esencialmente fieles a la voluntad popular. Así será”.
La cosa va mucho más allá de la mera fórmula “Dios y la Nación me lo demanden”. Un soldado leal del movimiento peronista se comprometió ante sus compañeros, ante el pueblo en su conjunto. Y el pueblo, como Perón, cree en la lealtad del compañero Cámpora.
En la calle, miles de columnas —cada una de ellas con miles de manifestantes— se entrecruzaban desde la noche del 24 de mayo, como si todos los argentinos estuvieran por presenciar el nacimiento de la Patria. Y de algún modo resulta así, no sólo porque reanudamos el camino de la liberación y de la independencia, sino porque ahora avanzamos hacia la Patria Grande. Latinoamérica estuvo presente junto al compañero Cámpora en la persona de los verdaderos líderes populares. Además de Allende y Dorticós, estaba el primer ministro del gobierno revolucionario del Perú, Edgardo Mercado Jarrín —enviado del presidente Velasco Alvarado— y el canciller de Panamá, en nombre del líder de la revolución de ese país, el general Ornar Torrijos.
Desde los cartelones manuscritos, de letra apretada, hasta los gigantescos, con siglas para ser leídas desde los helicópteros, las columnas sindicales, las de agrupaciones de base, las de unidades básicas, de barrios, de grupos estudiantiles, de la Juventud Perónista, surgían desde todos los barrios y a la mitad de la mañana del 25 de mayo habían copado las dos plazas mayores de la capital y la avenida de Mayo, que las une. Junto al nombre de cada barrio, de cada gremio o de cada organización juvenil, los carteles marcaban a fuego otra presencia restellante: FAR, Montoneros y FAP, tres organizaciones armadas enroladas en el peronismo.
Los estribillos remachaban constantemente sobre la lucha contra la dictadura y subrayaban las acciones heroicas de 18 años de persecuciones. Los muertos, los compañeros aniquilados por la persecución y la tortura, los presos, los combatientes, estaban presentes a cada instante y el pueblo, como Evita a los descamisados, como Perón a la Juventud luchadora que Evita no llegó a ver, demostraba tenerlos “junto a su corazón”.
¿Y el Compañero Presidente? En un día para él más difícil que para todos, en un día en que cayeron nuevos mártires del régimen en un último ataque a traición, cuando el debía recibir los atributos del mando de quienes los habían prostituido, cuando estaba rodeado de rituales y de aplausos ¿se acordaba el compañero presidente de los compañeros combatientes?
“… En los momentos decisivos, una juventud maravillosa supo responder a la violencia con la violencia y oponerse, con la decisión y el coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales, a la pasión ciega y enfermiza de una oligarquía delirante. Como no ha de pertenecer también a esa juventud este triunfo, si lo dio todo —familia, amigos, hacienda, hasta la vida— por el ideal de una Patria justicialista. Si no hubiera sido por ella, tal vez la agonía del régimen se habría prolongado, y con él, la desintegración de nuestro acervo y el infortunio de los humildes. Por eso, la sangre que fue derramada, los agravios que se hicieron a la carne y al espíritu, el escarnio de que fueron objeto los justos, no serán negociados. Todos fuimos solidarios en la lucha contra el régimen y lo seguiremos siendo en la cotidiana acción gubernativa. La Patria ha contraído un compromiso solemne con nuestros héroes y con nuestros mártires, y nada ni nadie nos apartará de la senda que ellos trazaron con estoicismo espartano”.
Naturalmente, el programa de una revolución que se inicia por las urnas y que convoca a todos los sectores del país a una primera meta inmediata de liberación e independencia, no puede ser el mismo que el de una revolución por las armas, que aniquila al enemigo. Nuestro enemigo sigue presente y poderoso, como lo demostró con sus asesinatos del mismo 25 de mayo y con sus esfuerzos para impedir que los combatientes salgan todos a la calle, juntos, para aportar sus brazos a la nueva etapa de la lucha. Los enemigos pueden estar entre nosotros mismos y será la misma lucha la que los ponga en evidencia.
El Descamisado, como abanderado de todos los descamisados, será uno de tantos instrumentos que el pueblo se irá dando para descubrir y denunciar al enemigo. Y para controlar y empujar el proceso, para dar, en todos los terrenos, todas las batallas que exija la liberación definitiva de la Patria y la eliminación definitiva de explotadores y explotados.
Nuestro Jefe, Juan Perón, estará pronto aquí para ponerse personalmente al frente de un ejército del cual siempre fue general, al que levantó el ánimo tras las derrotas y llevó a muchas victorias: el ejército del pueblo.
La promesa formal del compañero presidente al concluir su mensaje al país es que no gobernaría sólo él, sino el conjunto de los compañeros: el pueblo que estaba afuera, aclamando a Juan Perón, a Eva Perón y a él mismo. “…En la concepción justicialista de la historia y de la política, el pueblo no es ni un estribo ni un escalón para llegar al poder —dijo—; es el sujeto y el objeto de la historia. Y es el dueño de todas las decisiones”.
En su extenso discurso, Cámpora refirmó el programa que el peronismo ofreció al pueblo el 11 de marzo y que el pueblo votó abrumadoramente. Ahora, ese programa es la bandera de lucha y si ejecutarlo será difícil, si los antipatrias están agazapados a veces al lado nuestro, preparando una nueva revancha y una nueva entrega —una contrarrevolución—, el cierre del discurso del presidente les advierte también a ellos que su propósito no es fácil de conseguir. Porque ese programa no será traicionado: “Esta es la lealtad esencial que el pueblo espera de quienes fuimos elegidos por sus votos. No alterar. No adulterar. No traicionar. Ser esencialmente fieles a la voluntad popular. Así será”.
La cosa va mucho más allá de la mera fórmula “Dios y la Nación me lo demanden”. Un soldado leal del movimiento peronista se comprometió ante sus compañeros, ante el pueblo en su conjunto. Y el pueblo, como Perón, cree en la lealtad del compañero Cámpora.
En la calle, miles de columnas —cada una de ellas con miles de manifestantes— se entrecruzaban desde la noche del 24 de mayo, como si todos los argentinos estuvieran por presenciar el nacimiento de la Patria. Y de algún modo resulta así, no sólo porque reanudamos el camino de la liberación y de la independencia, sino porque ahora avanzamos hacia la Patria Grande. Latinoamérica estuvo presente junto al compañero Cámpora en la persona de los verdaderos líderes populares. Además de Allende y Dorticós, estaba el primer ministro del gobierno revolucionario del Perú, Edgardo Mercado Jarrín —enviado del presidente Velasco Alvarado— y el canciller de Panamá, en nombre del líder de la revolución de ese país, el general Ornar Torrijos.
Desde los cartelones manuscritos, de letra apretada, hasta los gigantescos, con siglas para ser leídas desde los helicópteros, las columnas sindicales, las de agrupaciones de base, las de unidades básicas, de barrios, de grupos estudiantiles, de la Juventud Perónista, surgían desde todos los barrios y a la mitad de la mañana del 25 de mayo habían copado las dos plazas mayores de la capital y la avenida de Mayo, que las une. Junto al nombre de cada barrio, de cada gremio o de cada organización juvenil, los carteles marcaban a fuego otra presencia restellante: FAR, Montoneros y FAP, tres organizaciones armadas enroladas en el peronismo.
Los estribillos remachaban constantemente sobre la lucha contra la dictadura y subrayaban las acciones heroicas de 18 años de persecuciones. Los muertos, los compañeros aniquilados por la persecución y la tortura, los presos, los combatientes, estaban presentes a cada instante y el pueblo, como Evita a los descamisados, como Perón a la Juventud luchadora que Evita no llegó a ver, demostraba tenerlos “junto a su corazón”.
¿Y el Compañero Presidente? En un día para él más difícil que para todos, en un día en que cayeron nuevos mártires del régimen en un último ataque a traición, cuando el debía recibir los atributos del mando de quienes los habían prostituido, cuando estaba rodeado de rituales y de aplausos ¿se acordaba el compañero presidente de los compañeros combatientes?
“… En los momentos decisivos, una juventud maravillosa supo responder a la violencia con la violencia y oponerse, con la decisión y el coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales, a la pasión ciega y enfermiza de una oligarquía delirante. Como no ha de pertenecer también a esa juventud este triunfo, si lo dio todo —familia, amigos, hacienda, hasta la vida— por el ideal de una Patria justicialista. Si no hubiera sido por ella, tal vez la agonía del régimen se habría prolongado, y con él, la desintegración de nuestro acervo y el infortunio de los humildes. Por eso, la sangre que fue derramada, los agravios que se hicieron a la carne y al espíritu, el escarnio de que fueron objeto los justos, no serán negociados. Todos fuimos solidarios en la lucha contra el régimen y lo seguiremos siendo en la cotidiana acción gubernativa. La Patria ha contraído un compromiso solemne con nuestros héroes y con nuestros mártires, y nada ni nadie nos apartará de la senda que ellos trazaron con estoicismo espartano”.
Naturalmente, el programa de una revolución que se inicia por las urnas y que convoca a todos los sectores del país a una primera meta inmediata de liberación e independencia, no puede ser el mismo que el de una revolución por las armas, que aniquila al enemigo. Nuestro enemigo sigue presente y poderoso, como lo demostró con sus asesinatos del mismo 25 de mayo y con sus esfuerzos para impedir que los combatientes salgan todos a la calle, juntos, para aportar sus brazos a la nueva etapa de la lucha. Los enemigos pueden estar entre nosotros mismos y será la misma lucha la que los ponga en evidencia.
El Descamisado, como abanderado de todos los descamisados, será uno de tantos instrumentos que el pueblo se irá dando para descubrir y denunciar al enemigo. Y para controlar y empujar el proceso, para dar, en todos los terrenos, todas las batallas que exija la liberación definitiva de la Patria y la eliminación definitiva de explotadores y explotados.
Nuestro Jefe, Juan Perón, estará pronto aquí para ponerse personalmente al frente de un ejército del cual siempre fue general, al que levantó el ánimo tras las derrotas y llevó a muchas victorias: el ejército del pueblo.
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