jueves, 28 de julio de 2011

Esa Mujer- Rodolfo Walsh

  El coronel elogia mi puntualidad:
    ­Es puntual como los alemanes ­dice.
    ­O como los ingleses.
    El coronel tiene apellido alemán.
    Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
    ­He leído sus cosas ­propone­. Lo felicito.
    Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
    Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
    El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
    Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
    Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
    El coronel sabe dónde está.
    Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
    El bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
    ­Esos papeles ­dice.
    Lo miro.
    ­Esa mujer, coronel.
    Sonríe.
    ­Todo se encadena ­filosofa.
    A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
    ­La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
    ­¿Mucho daño? ­pregunto. Me importa un carajo.
    ­Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años ­dice.
    El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
    Entra su mujer, con dos pocillos de café.
    Contale vos, Negra.
    Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
    ­La pobre quedó muy afectada ­explica el coronel­. Pero a usted no le importa esto.
    ­¡Cómo no me va a importar!... Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
    El coronel se ríe.
    ­La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
    Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
    -Cuénteme cualquier chiste -dice.
    Pienso. No se me ocurre.
    ­Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
    -¿Y esto?
    ­La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
    El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
    -Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
    ­¿Qué más? ­dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
    -Le pegó un tiro una madrugada.
    ­La confundió con un ladrón ­sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
    ­Pero el capitán N. . .
    ­Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
    ­¿Y usted, coronel?
    ­Lo mío es distinto ­dice­. Me la tienen jurada.
    Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
    ­Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
    ­Me gustaría.
    ­Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
    ­Ojalá dependa de mí, coronel.
    ­Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
    Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
    -Mire.
    A la pastora le falta un bracito.
    ­Derby -dice. Doscientos años.
    La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
    ­¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
    ­Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
    El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
    -Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
    ­¿Qué querían hacer?
    ­Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
    ­Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
    -Y orinarle encima.
    ­Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.
    No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
    ­Esa mujer ­le oigo murmurar­. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
    El coronel bebe. Es duro.
    ­Desnuda ­dice­. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente­, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...
    Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
    ­Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
    Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
    ­...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos­, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
    ­No.
    ­Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
    Vuelve a servirse un whisky.
    ­Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
    Bruscamente se ríe.
    ­Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
    Repite varias veces "Eso le demuestra", como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
    -Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
    ­¿Pobre gente?
    ­Sí, pobre gente.­El coronel lucha contra una escurridiza cólera interior­. Yo también soy argentino.
    ­Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
    ­Ah, bueno ­dice.
    ­¿La vieron así?
    ­Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...
    La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
    ­Para mí no es nada -dice el coronel­. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dése cuenta.
    Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
    ­A mí no me podía sorprender. Pero ellos...
    ­¿Se impresionaron?
    ­Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: "Maricón, ¿ésto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo." Después me agradeció.
    Miró la calle. "Coca" dice el letrero, plata sobre rojo. "Cola" dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. "Beba".
    ­Beba ­dice el coronel.
    Bebo.
    ­¿Me escucha?
    -Lo escucho.
    Le cortamos un dedo.
    ­¿Era necesario?
    El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
    ­Tantito así. Para identificarla.
    -¿No sabían quién era?
    Se ríe. La mano se vuelve roja. "Beba".
    ­Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
    ­Comprendo.
    -La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
    ­¿Y?
    ­Era ella. Esa mujer era ella.
    ­¿Muy cambiada?
    ­No, no, usted no me entiende. lgualita. Parecía que iba a hablar, que iba a... Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
    ­¿El profesor R.?
    -Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
    En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
    ­¿Enciendo?
    ­No.
    ­Teléfono.
    ­Deciles que no estoy.
    Desaparece.
    ­Es para putearme ­explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
    -Ganas de joder ­digo alegremente.
    ­Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
    ­¿Qué le dicen?
    ­Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
    Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
    ­Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
    El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
    ­La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
    Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
    -Llueve -dice su voz extraña.
    Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
    ­Llueve día por medio ­dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
    Dónde, pienso, dónde.
    ­¡Está parada! -grita el coronel­. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
    Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
    ­No me haga caso -dice, se sienta­. Estoy borracho.
    Y largamente llueve en su memoria.
    Me paro, le toco el hombro.
    ­¿Eh? -dice­ ¿Eh? -dice.
    Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
    -¿La sacaron del país?
    -Sí.
    ­¿La sacó usted?
    ­Sí.
    -¿Cuántas personas saben?
    ­DOS.
    ­¿El Viejo sabe?
    Se ríe.
    -Cree que sabe.
    ­¿Dónde?
    No contesta.
    ­Hay que escribirlo, publicarlo.
    ­Sí. Algún día.
    Parece cansado, remoto.
    ­¡Ahora! ­me exaspero­. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
    La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
    -Cuando llegue el momento... usted será el primero...
    ­No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
    Se ríe.
    ­¿Dónde, coronel, dónde?
    Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
    Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
    ­Es mía -dice simplemente­. Esa mujer es mía.

viernes, 22 de julio de 2011

Mario Roberto Santucho


Nacido en Santiago del Estero un 12 de agosto de 1936.


Fundador del PRT y comandante en jefe del ERP.


 Su vida estuvo marcada por el compromiso y la política.

Asesinado el 19 de julio de 1976 en Villa Martelli durante un enfrentamiento militar.


A 35 años de su desaparición física queremos compartir parte de su pensamiento político plasmado en algunas de sus publicaciones...



El  autogolpe contrarrevolucionario del 13 de julio
A menos de tres meses de la instalación del Gobierno Parlamentario, el pueblo argentino ve con preocupación y asombro que no se resuelven ni encaran los problemas fundamentales del país y que por el contrario, se afianza en el Gobierno y en el peronismo una línea contrarrevolucionaria, continuista, que sigue con la política antipopular y antinacional de la Dictadura Militar El pueblo argentino ve con sorpresa y asombro que el Presidente Cámpora, el Ministro Righi, todo un sector que tímidamente tendió a ceder a los reclamos y cumplir aunque sea en mínima parte con las promesas electorales, que se resistió, que se opuso, a los intentos represivos de la camarilla fascista de López Rega, es desplazado de un plumazo por un repentino autogolpe organizado en "palacio" sin la más mínima participación popular. La clase obrera y el pueblo argentino ven con indignación que los gestores de este autogolpe reaccionario son los odiados enemigos del pueblo, los Comandantes en Jefe con Carcagno a la cabeza, los burócratas sindicales traidores Rucci, Calabró y compañía, el siniestro personaje López Rega.
La clase obrera y el pueblo argentino ven con asombro y preocupación que el General Perón avanza hacia el poder de la mano de los Carcagno, los Rucci, los López Rega, apartando de su lado los elementos menos corrompidos e ignorando por completo a las organizaciones armadas peronistas, al peronismo progresista y revolucionario, a las bases obreras y populares.
Los trabajadores y el pueblo en general, que en su mayoría votó las listas del Frejuli en las recientes elecciones, pronunciándose contra la Dictadura habilitar y albergando esperanzas en cambios revolucionarios, se pregunta qué pasa, a qué se debe la repentina amistad entre los militares y la dirección del movimiento peronista que hasta días antes de la elección parecían enemigos irreconciliables, a qué se debe la renuncia de Cámpora, de Righi, de Puig, a qué se debe el ataque abierto al Gobierno y la CGT de Córdoba, a qué se debe este nuevo llamado a elecciones. Desconfía de los tejes y manejes, de las trenzas de la cúpula, pero no encuentra una clara respuesta. Quiere creer en Perón, en su disposición revolucionaria, en su patriotismo y amor al pueblo, pero los hechos obligan a dudar, a reflexiona, a plantearse cruciales interrogantes.
Pero aun, trabado en su acción por la confusión, por las dudas y preocupaciones, por la sorpresa y el asombro, el pueblo argentino adquiere día a día más conciencia política, se esfuerza por comprender y actuar, por tomar en sus firmes manos los destinos de la patria, por encarar los gravísimos problemas del pueblo y del país, continúa su lucha y se orienta inexorablemente hacia la revolución, hacia la conciencia y la acción revolucionaria, hacia la realización de la verdadera revolución que salvará a nuestra patria y a nuestro pueblo, hacia la revolución socialista de liberación nacional y social que hará la dicha del pueblo argentino y conquistará un futuro de completa felicidad colectiva para las futuras generaciones. Verdaderas causas y características del autogolpe Nuestro partido, el PRT dirección político-militar del ERP consciente de sus responsabilidades revolucionarias, se ve en la necesidad de responder a las inquietudes e interrogantes, plantear con toda crudeza y objetividad el verdadero significado del autogolpe y remontarse para ello a sus raíces. Aunque sabemos que hay muchos compañeros que aún no compartirán nuestros puntos de vista, se negarán a reconocer los hechos y conservarán esperanzas en Perón y el peronismo, asumimos la responsabilidad de plantear francamente los problemas de fondo y entre ellos el rol del General Perón en la actual política . nacional. No queremos herir sentimientos, pero tampoco podemos ocultar cuestiones que son fundamentales para entender los actuales acontecimientos y guiar la acción obrera y popular en la dura lucha que afrontamos contra los enemigos del pueblo y de la patria. Como parte sustancial de! Gran Acuerdo Nacional, el peronismo burgués y burocrático, se proponía defender hábilmente el sistema capitalista argentino de los embates del pueblo revolucionario, reorganizarlo y reconstruirlo, estabilizarlo y lograr un desarrollo capitalista que diera larga vida a este injusto sistema en nuestra patria. La forma de llevar adelante esa política fue claramente explicitada por Perón, Cámpora y otros dirigentes y consistía en lograr una tregua social, política y militar, que eliminara con engaños del escenario la lucha armada y no armada de la clase obrera y el pueblo, diera la ansiada estabilidad social que le permitiera reorganizar el capitalismo, atraer capital imperialista, mejorar parcamente la situación económica, ganar así mayor crédito en !as masas con algunas concesiones y pasar recién entonces a)aislamiento y represión, a la destrucción de las fuerzas revolucionarias de nuestro pueblo, todo lo cual les permitiría lograr su objetivo de salvar el capitalismo. De ahí el llamado de Campora a la tregua, a la paz social, formulado poco a después del 11 de marzo y reiterado en varias oportunidades.
Pero ese plan fracasó estrepitosamente antes de poder iniciarse su aplicación. La dirección peronista confiaba en que la clase obrera y el pueblo se dejaran engañar fácilmente y colaboraran en su propia infelicidad, en el fortalecimiento del poder de I~ capitalistas. Nuestro Partido en cambio confiaba en la decisión de lucha del pueblo, en su conciencia y combatividad, en su experiencia, y llamó a rechazar la tregua y continuar la lucha sin dejar de respetar e! pronunciamiento popular. Ya desde el 11 de marzo la dirección peronista esperaba la tregua; esa ilusión se disipó muy pronto. Confiaba en que a raíz del triunfo electoral, la guerrilla peronista suspendería sus operaciones, que las masas postergarían sus aspiraciones y aporcarían sacrificadamente a la pacificación. Las cosas ocurrieron de otro modo y en lugar de suspensión hubo intensificación de las operaciones guerrilleras, la clase obrera y el pueblo dieron continuidad a su movilización, y la dirección peronista por idea de Cámpora llamó nuevamente a la tregua y anunció que ella se concretaría sin falta a partir de la asunción del poder.
La esperanza de la dirección peronista de lograrlo fueron bruscamente aventadas por las masas el mismo 25 de mayo. Las masas en la calle chocaron con contingentes de las FFAA contrarrevolucionarias que intentaban desfilar para "santificar" el GAN, y al costo de numerosos muertos y heridos abatidos por las balas de la represión, las masas obligaron a los odiados militares a volver y encerrarse en sus cuarteles. Ese mismo histórico día un importante contingente popular de alrededor de 40.000 compañeros, rodeó la cárcel de Villa Devoto y exigió y obtuvo la inmediata libertad de todos los combatientes.
Esta gloriosa conquista de las masas resultó un golpe mortal para el plan inicial del peronismo. Una carta importante que pensaban utilizar como elemento de negociación con nuestra organización, con el ERP para lograr la suspensión de las operaciones guerrilleras, era precisamente la liberación de nuestros combatientes. Pero el pueblo movilizado destruyó ese plan y liberó, sin dar lugar a negociación alguna, a todos los combatientes de la libertad.
Este histórico hecho y la ola de ocupaciones de fábrica, centros de trabajo y sindicatos, que siguió a la asunción del mando por Cámpora, convencieron a Perón que el engaño era imposible y debía cambiar de táctica para lograr los objetivos contrarrevolucionarios de reconstrucción nacional. Ese cambio de política está anunciado en sus declaraciones del día 29 de mayo cuando comenta los hechos del 25 frente a Villa Devoto y dice: "Estamos cumpliendo un operativo que simplemente busca dejar sin razón de ser a algunos sectores de provocación que están todavía refugiados tanto en los centros gorilas como en los centros trotskystas" y más adelante, comentando un télex de la juventud peronista que informa sobre los hechos de Devoto "aunque se hayan producido hechos como los que mencionan sin embargo es una buena experiencia para el futuro pues el control de esos grupos en nuevas concentraciones debe ser un objetivo a tener en cuenta .
La movilización de las masas, el rotundo no a la propuesta de tregua, obliga pues a la dirección peronista a reelaborar sus planes, a archivar el proyecto de lograr la estabilización con el engaño, y pasar a la planificación de una ofensiva represiva y macarthista inmediata contra las fuerzas progresistas y revolucionarias, consolidando simultáneamente sus ya estrechos lazos con las FFAA y los demás políticos burgueses.
Esa ofensiva se inició con declaraciones macarthistas y pasó brutalmente al terreno militar el 20 de junio en la emboscada preparada por los hombres de Osinde contra las columnas de manifestantes encabezadas por las organizaciones armadas peronistas FAR y Montoneros. El torturador Osinde, Brito Lima y Norma Kennedy, responsables visibles de la agresión armada al pueblo, estuvieron con Perón días antes. Osinde regresó de Madrid después de largas conversaciones con su líder y López Rega, e inmediatamente se dedicó a organizar, apresuradamente, los grupos de choque, viéndose en la necesidad de reclutar policías en las comisarías de Capital Federal y Gran Buenos Aires. Se supo que Osinde se movió abiertamente con vehículos de la Municipalidad de Buenos Aires y del Ministerio de Bienestar Social, que pagó $150.000 por la "tarea" a los jefes de grupos reclutados, y que dispuso, entre otro armamento, de las armas de la Policía Federal pertenecientes a DIPA. Iniciada la ofensiva, los sectores más recalcitrantes de la derecha peronista intentaron extenderla rápidamente acatando al Ministro Righi -ajeno a la matanza- mediante el montaje de una serie de mentiras, entre ellas que Righi estaba en combinación con el ERP .
Pero esta línea no cuajó inmediatamente porque se encontró con fuerce resistencia de la izquierda peronista que, indignada por los hechos de Ezeiza, se movilizó enérgicamente y se dispuso a dar batalla.
La dirección del peronismo presionó de inmediato a Cámpora y a Righi exigiendo y logrando un par de disposiciones represivas sobre ocupaciones de fábricas y tenencia de armas, a las que nuestra organización se opuso enérgicamente indicando que si el gobierno se atrevía a pasar a la represión contra el pueblo y la guerrilla, el pueblo y la guerrilla pasarían a la resistencia y se cancelaría también la tregua con el gobierno y la policía.
La ofensiva de la derecha en el seno del gobierno fue resistida parcialmente dando lugar a una lucha sorda en distintos niveles gubernamentales, en el gabinete, en el parlamento, en el Partido Justicialista, en algunas gobernaciones. provinciales. El Ministro Righi cedió sólo parcialmente y si bien promulgó la ley contra el armamento popular por cuya aplicación hay ya como mínimo seis combatientes prisioneros, cuatro de ellos del ERP dio posteriormente una enérgica batalla en relación a la investigación de los hechos de Ezeiza, salió al paso en una conferencia de prensa a la crítica fascista defendiendo con firmeza la democracia y la libertad, en una palabra, mostró claramente su disposición a luchar, a no prestarse a una política represiva. El Presidente Cámpora a su vea; que venía también cediendo, dio una tónica correcta a su discurso del 9 de julio ante las FFAA, dejando también bien claro que no sería fácil de manejar para una política de represión al pueblo. El Gobernador Ragone en Salta, motorizado y apoyado por el peronismo revolucionario, muy activo y claro en esa provincia, tuvo la valentía de aprobar la detención de 19 torturadores y someterlos a juicio criminal.
Algunos compañeros nos han criticado diciendo que hemos atacado a Cámpora y a Righi y ahora los defendemos, que no los hemos diferenciado del peronismo reaccionario. No es así, nosotros diferenciamos siempre al peronismo progresista del contrarrevolucionario y precisamente nuestras críticas a Cámpora y a Righi, diferentes a las formuladas contra López Rega, Osinde, etc., se han producido en la medida que ellos cedían a las presiones derechistas y llamándolos siempre a no ceder y sumarse a la lucha obrera y popular. Por otra parte, nosotros como revolucionarios marxista-leninistas que nos debemos la clase obrera, no podemos apoyar sectores vacilantes, no podemos despertar esperanzas en políticos que no realicen una práctica revolucionaria. Coincidimos sí, con ellos en la defensa de la democracia y la libertad, pero no los defendemos ni apoyamos, siguiendo las enseñanzas leninistas de que un pilar de la educación revolucionaria es confiar únicamente en las auténticas fuerzas revolucionarias del proletariado y el pueblo y no confundirse por ningún demagogo, ningún vacilante, ningún partido ni dirigente que sólo prometa y ceda ante presiones y esté en todo momento bajo la influencia del enemigo.
En tanto, al amparo dc la democracia y la libertad conquistadas por la lucha popular, las fuerzas progresistas y revolucionarias iniciaron un vigoroso movimiento de desarrollo ganando numerosas batallas, recuperando sindicatos y comisiones internas, comenzando la coordinación y centralización nacional de las corrientes antiburocráticas, lanzándose hacia las masas con la propaganda, ta agitación y la organización con resultados en extremo exitosos. El estado de ánimo de las masas, de inquietud e interés, de apertura hacia las ideas socialistas, de elevada disposición combativa, facilitó el impetuoso progreso de las ideas y la organización progresista y revolucionaria en amplios sectores de las masas, en primer lugar en importantes sectores del proletariado fabril. Fue particularmente notable el avance del sindicalismo clasista que ganó rápidamente posiciones en sindicatos, comisiones internas y cuerpos de delegados de importantes fábricas, vía la movilización de las bases, avance que se reflejó, en parte, en el entusiasta y combativo plenario nacional antiburocrático realizado el 8 de julio en Córdoba. Asimismo, el rápido desarrollo organizativo del PRT y el ERP y el notable crecimiento de su influencia en amplias masas, no pasó desapercibido para la dirección burguesa del movimiento peronista ni para el ejército opresor.
La crisis económica a la vez, no muestra síntomas de superación sino que por el contrario distintos indicadores como el déficit presupuestario, la crisis de los combustibles, el estancamiento de la producción automotriz, la carencia total de nuevas inversiones imperialistas, las dificultades en la comercialización de la excelente cosecha triguera, la presión de las masas por sustanciales mejoras en su nivel de vida, ponen en evidencia una vez más la imposibilidad de lograr bases económicas a corto y mediano plazo; para una política de conciliación de clases como la que aplicara el peronismo en 1945.
Todos estos factores de inestabilidad, toda esta seria amenaza al capitalismo que constituye el comienzo del impetuoso despliegue de las poderosas fuerzas progresistas y revolucionarias de nuestro pueblo, es la causa inmediata del autogolpe contrarrevolucionario. Podemos por ello caracterizarlo como un golpe del conjunto de la burguesía dirigido a frenar, a impedir, la acumulación de fuerzas en el campo revolucionario.

Del documento "Las definiciones del peronismo Las tareas de los revolucionarios" publicado en 1973.


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(...) Un Partido revolucionario, para ser tal, debe conocer la realidad en la que se mueve. La fuente de ese conocimiento, como lo han enseñado reiteradamente Marx, Lenin y todos los revolucionarios, es la propia práctica, la actividad transformadora del mundo. O sea, en el caso de los revolucionarios, la actividad destinada a transformar las estructuras de la sociedad.
La práctica está, a su vez, orientada por la teoría, por el marxismo-leninismo, que no es otra cosa que la acumulación del conjunto de las experiencias prácticas de la Revolución y de los elementos de análisis científicos de la sociedad, que surgen del conjunto de la práctica social. Pero, a su vez, la teoría, el marxismo-leninismo, no es un método abstracto, una herramienta que sirva para cualquier uso, al modo en que por ejemplo, se utilizan las notas musicales indistintamente para escribir un tango o una zamba.
La utilización correcta de la teoría depende del "punto de vista" con que se aplica. Sólo ubicándose en el punto de vista del proletariado la clase a que corresponde tal ideología y teoría científica de la revolución, se puede obtener el resultado correcto.
Ahora bien, en el curso de la actividad revolucionaria, ante una cuestión cualquiera, surgirán entre los compañeros opiniones diferentes. Esto es lógico y justo. Esas diferencias de opinión reflejan las diferentes experiencias de cada compañero. Es muy natural que frente a un determinado problema no opinen lo mismo un obrero tucumano que uno cordobés, un compañero que trabaja en una gran fábrica, que el que lo hace en un pequeño taller, el de un frigorífico que el de una planta química.
La confrontación de esas diferencias de opinión, a través de una discusión franca, amplia, sin trabas de ningún tipo, permitirá entonces capear la realidad en todos sus matices, arribar a una opinión común más justa, más correcta, más rica. Por eso se dice que el Partido es el "intelectual colectivo" de la Revolución. Este es el polo de la democracia en el centralismo democrático, el aspecto que permita la elaboración justa de la línea partidaria con el aporte de todos los compañeros.
Pero esto es a condición de que realmente "se quiera" llegar a una opinión común, que todos los que participan en la discusión lo hagan desde "el punto de vista proletario", atendiendo al interés superior de hacer avanzar a la Revolución.
Cuando la discusión "se empantana", cuando las diferencias se vuelven irreductibles y devienen en duros enfrentamientos de tipo personal, entonces esto quiere decir que alguna de las panes "no quiere" realmente llegar al acuerdo. Y si no quiere llegar al acuerdo, esto refleja un "interés social", un punto de vista "no proletario", que tiene su base material en intereses burocráticos o pequeño-burgueses, que son introducidos en la organización por sus elementos no proletarios o, excepcionalmente, por elementos obreros que se han desclasado. De esta manera esos elementos se transforman en correa de transmisión de las presiones de clases hostiles es sobre la organización del proletariado, de esa manera la lucha de clases en el conjunto de la sociedad se refleja como lucha de clases en el seno del lamido.
Cuando se llega a este punto, las contradicciones en el seno de la organización ya no pueden resolverse por la vía habitual, la discusión, la autocrítica y la crítica, sino que es necesario resolverlas mediante una enérgica liquidación de estas corrientes no proletarias: primero derrotándolas ideológica y políticamente, para así "curando el mal, tratar de salvar al enfermo", y en caso de persistir en sus posiciones antiobreras, expulsadas sin contemplaciones del seno de la organización como se extirpa un tumor para que no infecte a la mayoría sana del organismo.

No es siempre fácil detectar acertadamente y a tiempo, cuándo las diferencias de opinión se transforman en lucha de clases en el seno del Partido.
Es necesario orientarse permanentemente por la opinión de los obreros, consultar el mayor número de opiniones posible para tener una visión más amplia y justa de la realidad. Y la piedra de toque para diferenciar las corrientes de opinión sanas de las tendencias fraccionistas y antipartidarias es precisamente la práctica, el respeto del centralismo democrático en sus dos aspectos: amplia libertad de discusión en la elaboración, rigurosa disciplina centralizada en la acción.
Si ante un problema más complejo que otros una minoría no tiene argumentos suficientes para convencer de sus posiciones a la mayoría, y no está a su vez convencida de las posiciones de ésta, la actitud correcta es acatar la disciplina de la organización, continuar desarrollando la militancia tenazmente con la línea que en ese momento detenta la mayoría.
En la práctica, entonces, los compañeros de la minoría podrán comprobar la validez de las opiniones y si fuera acertada la opinión de la mayoría, rectificar la propia suya. Si, por el contrario, en la práctica se demostrara como justa la opinión de la minoría -lo que ha sucedido a veces en la historia de la revolución- será entonces en esa misma práctica, ejercida de una manera leal y respetuosa de la disciplina partidaria, cómo la minoría tendrá oportunidad de demostrar la corrección de sus posiciones y logrará oportunamente la rectificación de la línea.
Esto es posible, precisamente sobre la base, como hemos señalado, de un común punto de vista proletario, de la intención de todos, mayoría y minoría, de servir únicamente a los intereses de la revolución.
Cuando una de las partes tiene un interés social ajeno al interés de la clase obrera, cuando está situada en un punto de vista no obrero, sólo entonces cristalizan las diferencias en tendencias fraccionistas, se viola la disciplina y la legalidad partidaria y se debita la lucha de clases en la organización.
Hasta aquí, en apretada síntesis, la posición leninista sobre la lucha de clases en el seno del partido, que nuestra organización ha mantenido teórica y prácticamente de manera consecuente.
La IV Internacional, por el contrario, opina que esta posición es "burocrática", "stalinista", que se utiliza el rótulo "pequeño-burgués", para perseguir a los compañeros dentro del Partido. Reclaman, en consecuencia, la libertad de constituir permanentes tendencias diferenciadas en el seno de la organización, que discutirán sus distintas opiniones de manera permanente ante la "opinión pública" del Partido.
La piedra de toque para caracterizar estas corrientes no es ya para ellos la práctica misma de la organización, sino el debate permanente, la "continua discusión de ideas" con la única salvedad de un formal acatamiento de la minoría a la mayoría, llegando incluso a expresar públicamente las diferencias.
Consecuentemente, nuestros fraccionistas exigían como condición para ingresar al Partido, un elevado nivel teórico, a fin de poder participar en sus permanentes debates internos. Trababan así el ingreso de cuadros obreros, que, aunque conozcan perfectamente por su práctica sus intereses de clase y estén dispuestos a luchar por ellos, a causa de su explotación no pueden tener grandes conocimientos teóricos antes de ingresar al Partido y sólo en su seno pueden adquirirlos.
Esta posición no es marxista, no es materialista dialéctica, sino idealista y tiene una raíz de clase claramente pequeño-burguesa.
El intelectual pequeño-burgués, que no sufre en carne propia la explotación y se acerca a la revolución a partir de una posición humanista, moviéndose por ideas, tiene una fuerte tendencia a enamorarse de las ideas por las ideas mismas, a manejarlas de una manera abstracta en la discusión permanente.
Al obrero, en cambio, que experimenta día a día la explotación, le interesan la discusión y las ideas pero de una manera concreta, como forma de mejorar su práctica para acabar más pronta y eficazmente con la explotación de su clase y de toda la humanidad.

Fragmento del documento que redacta Santucho en agosto de 1973 para fundamentar la ruptura del PRT- ERP con la Cuarta Internacional Troskista.


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(...)El marxismo-leninismo sostiene que la revolución es un resultado del agotamiento de un determinado sistema económico, en este caso el capitalismo, de su estancamiento y crisis. Que cuando un país vive una crisis de su economía se inicia un proceso revolucionario de aguda lucha de clases, cuyo desarrollo continuará mientras subsista las crisis económica. Que la situación prerrevolucionaria creada y la situación revolucionaria que le sigue, continúan en vigencia mientras la economía capitalista no logre recuperarse. Más aun, que la crisis revolucionaria, en el caso de que sea derrotada una primera insurrección, puede resurgir a cono plazo, mientras la burguesía no consiga estabilizar el capitalismo e imprimirle un nuevo desarrollo.
Por tanto, el fracaso de los planes económicos de la burguesía argentina, la imposibilidad de estabilización y resurgimiento económico por varios años que se desprende del análisis de la economía nacional, indica que las posibilidades de la lucha revolucionaria encontrarán enorme sustento a lo largo de los próximos años, que el tiempo ha empezado a correr a favor de las fuerzas revolucionarias.
El factor subjetivo en la crisis económica
Es necesario recordar aquí también la tesis marxista - leninista del papel del factor subjetivo, es decir del papel de las organizaciones revolucionarias, reformistas y contrarrevolucionarias en relación a la crisis económica.
Con la economía en crisis y las masas movilizadas, las fuerzas de la reacción burguesa, sólo pueden iniciar el camino de la recuperación del capitalismo, después de contener o aplastar la lucha popular. Porque cualquier intento de estabilización y desarrollo, de "reconstrucción y despegue" como le llama la camarilla gobernante, requiere un gran aumento de la productividad del trabajo, es decir un gran aumento en la explotación de la mano de obra, y ello es imposible sin frenar a las masas con el engaño y la represión.
Con fuerzas revolucionarias activas y organizadas es imposible detener la lucha popular como lo demostró Vietnam desde 1930 a 1975, durante 45 años que pasaron en constante movilización revolucionaria sin ningún periodo de estabilización capitalista. Ello se debió fundamentalmente al accionar del Partido de los Trabajadores de Vietnam que con correcta línea político-militar vertebró la masiva, constante y consecuente lucha del pueblo vietnamita.
En cambio, la inexistencia o fragilidad de las fuerzas revolucionarias y el predominio del reformismo o la contrarrevolución, tiende a debilitar y agotar la lucha de masas, a frenarla y desviarla en el caso de predominio reformista, o a imponerle derrotas sangrientas y hasta el aplastamiento militar, en el caso de predominio contrarrevolucionario, abriendo en ambos casos para el enemigo posibilidades reales de reconstrucción y desarrollo.


Parte del documento Economía y Política, publicado en 1975.


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Las grandes tareas de la Resistencia
Como ya señaló nuestro Partido, al anticipar acertadamente la decisión golpista de los militares? y como lo comprueba claramente por el programa y medidas de la Junta, la aventura iniciada por la oficialidad contrarrevolucionaria, constituye una declaración formal de guerra a la clase obrera y al pueblo argentino, e inicia por tanto la etapa de la guerra civil generalizada en nuestro proceso revolucionario.

En esta situación, con el programa de la resistencia antidictatorial, antiimperialista y socialista, tenemos por delante grandes y fundamentales tareas. Con eje en el proletariado fabril, intensificando la concentración del trabajo revolucionario en las grandes fábricas, debemos luchar por movilizara las más amplias masas por todo tipo de reivindicaciones. Por los problemas específicos de las fabricas, de barrios y villas, del campo, de los colegios y universidades, de los jóvenes y las mujeres; en solidaridad con los presos; en defensa de los derechos humanos y democráticos, etc., etc.. y hacer confluir toda esa movilización en la formación y desarrollo del Frente Antidictatorial, Democrático y Patriótico.

En el terreno militar la consolidación y desarrollo del Ejército del Pueblo, el fortalecimiento de las unidades existentes y la creación de otras nuevas. El impulso a la autodefensa de masas. El trabajo de proselitismo militar en las unidades enemigas dirigido fundamentalmente a neutralizar el personal de soldados y suboficiales.

Con nuevas condiciones favorables, debemos intensificar y ampliar considerablemente nuestra actividad internacional, Luchar por el aislamiento de la Dictadura, impulsar la solidaridad internacional con la justa causa de nuestro pueblo. Y hoy más que nunca, la principal de nuestras tareas, la que garantizara avances consistentes en todos los aspectos de la actividad revolucionaria, es la construcción del Partido, su consolidación y desarrollo, su fortalecimiento incesante. El enraizamiento en la masa, la moral y el heroísmo, la combatividad, precisión de línea, capacidad organizativa y dominio de la profesión revolucionaria son virtudes y aspectos de nuestro Partido que debemos cultivar con esmero para que crezcan, florezcan y fructifiquen con máximos resultados.

La nueva y decisiva etapa en que nos internamos, coloca a nuestro Partido en un escenario histórico. Grande es nuestra responsabilidad colectiva y más grande aún debe ser nuestra conciencia, nuestro valor y nuestra determinación de vencer.

Estrechamente unidos en torno al Comité Central, siguiendo el elevado y poderoso ejemplo de nuestros héroes y mártires, los militantes del PRT cumpliremos cabalmente y con honor nuestras misiones revolucionarias.





Del texto Argentinos ¡A las armas! Documento del PRT a la Nación Argentina, por Mario Roberto Santucho. Redactado: Marzo de 1976.



jueves, 14 de julio de 2011

El niño proletario OSVALDO LAMBORGHINI


Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.
Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.
El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.
En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario.
Stroppani era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande.
Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al nino proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror.
Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa. Contrae sífilis y, enseguida que la contrae, siente el irresistible impulso de casarse para perpetuar la enfermedad a través de las generaciones. Como la única herencia que puede dejar es la de sus chancros jamás se abstiene de dejarla. Hace cuantas veces puede la bestia de dos espaldas con su esposa ilícita, y así, gracias a una alquimia que aún no puedo llegar a entender (o que tal vez nunca llegaré a entender), su semen se convierte en venéreos niños proletarios. De esa manera se cierra el círculo, exasperadamente se completa.

¡Estropeado!, con su pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo y los periódicos bajo el brazo, venía sin vernos caminando hacia nosotros, tres niños burgueses: Esteban, Gustavo, yo.
La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre.
Gustavo adelantó la rueda de su bicicleta azul y así ocupó toda la vereda. ¡Estropeado! hubo de parar y nos miró con ojos azorados, inquiriendo con la mirada a qué nueva humillación debía someterse. Nosotros tampoco lo sabíamos aún pero empezamos por incendiarle los periódicos y arrancarle las monedas ganadas del fondo destrozado de sus bolsillos. ¡Estropeado! nos miraba inquiriendo con la cara blanca de terror
oh por ese color blanco de terror en las caras odiadas, en las fachas obreras más odiadas, por verlo aparecer sin desaparición nosotros hubiéramos donado nuestros palacios multicolores, la atmósfera que nos envolvía de dorado color.
A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro, y. Nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó a ¡Estropeado!, y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos. Gustavo se sostenía el brazo del vidrio con la otra mano para aumentar la fuerza de la incisión.
No desfallecer, Gustavo, no desfallecer.
Nosotros quisiéramos morir así, cuando el goce y la venganza se penetran y llegan a su culminación.
Porque el goce llama al goce, llama a la venganza, llama a la culminación.
Porque Gustavo parecía, al sol, exhibir una espada espejeante con destellos que también a nosotros venían a herirnos en los ojos y en los órganos del goce.
Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado.
Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban, Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero, el primero que arremetió contra el cuerpiño de ¡Estropeado!, Gustavo, quien nos lideraría luego en la edad madura, todos estos años de fracasada, estropeada pasión: él primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! y prolongó el tajo natural. Salió la sangre esparcida hacia arriba y hacia abajo, iluminada por el sol, y el agujero del ano quedó húmedo sin esfuerzo como para facilitar el acto que preparábamos. Y fue Gustavo, Gustavo el que lo traspasó primero con su falo, enorme para su edad, demasiado filoso para el amor.
Esteban y yo nos conteníamos ásperamente, con las gargantas bloqueadas por un silencio de ansiedad, desesperación. Esteban y yo. Con los falos enardecidos en las manos esperábamos y esperábamos, mientras Gustavo daba brincos que taladraban a ¡Estropeado! y ¡Estropeado! no podía gritar, ni siquiera gritar, porque su boca era firmernente hundida en el barro por la mano fuerte militari de Gustavo.
A Esteban se le contrajo el estómago a raíz de la ansiedad y luego de la arcada desalojó algo del estómago, algo que cayó a mis pies. Era un espléndido conjunto de objetos brillantes, ricamente ornamentados, espejeantes al sol. Me agaché, lo incorporé a mi estómago, y Esteban entendió mi hermanación. Se arrojó a mis brazos y yo me bajé los pantalones. Por el ano desocupé. Desalojé una masa luminosa que enceguecía con el sol. Esteban la comió y a sus brazos hermanados me arrojé.
Mientras tanto ¡Estropeado! se ahogaba en el barro, con su ano opaco rasgado por el falo de Gustavo, quien por fin tuvo su goce con un alarido. La inocencia del justiciero placer.
Esteban y yo nos precipitamos sobre el inmundo cuerpo abandonado. Esteban le enterró el falo, recóndito, fecal, y yo le horadé un pie con un punzón a través de la suela de soga de alpargata. Pero no me contentaba tristemente con eso. Le corté uno a uno los dedos mugrientos de los pies, malolientes de los pies, que ya de nada irían a servirle. Nunca más correteos, correteos y saltos de tranvía en tranvía, tranvías amarillos.
Promediaba mi turno pero yo no quería penetrarlo por el ano.
—Yo quiero succión —crují.
Esteban se afanaba en los últimos jadeos. Yo esperaba que Esteban terminara, que la cara de ¡Estropeado! se desuniera del barro para que ¡Estropeado! me lamiera el falo, pero debía entretener la espera, armarme en la tardanza. Entonces todas las cosas que le hice, en la tarde de sol menguante, azul, con el punzón. Le abrí un canal de doble labio en la pierna izquierda hasta que el hueso despreciable y atorrante quedó al desnudo. Era un hueso blanco como todos los demás, pero sus huesos no eran huesos semejantes. Le rebané la mano y vi otro hueso, crispados los nódulosfalanges aferrados, clavados en el barro, mientras Esteban agonizaba a punto de gozar. Con mi corbata roja hice un ensayo en el coello del niño proletario. Cuatro tirones rápidos, dolorosos, sin todavía el prístino argénteo fin de muerte. Todavía escabullirse literalmente en la tardanza.
Gustavo pedía a gritos por su parte un fino pañuelo de batista. Quería limpiarse la arremolinada materia fecal conque ¡Estropeado! le ensuciara la punta rósea hiriente de su falo. Parece que ¡Estropeado! se cagó. Era enorme y agresivo entre paréntesis el falo de Gustavo. Con entera independencia y solo se movía, así, y así, cabezadas y embestidas. Tensaba para colmo los labios delgados de su boca como si ya mismo y sin tardanza fuera a aullar. Y el sol se ponía, el sol que se ponía, ponía. Nos iluminaban los últimos rayos en la rompiente tarde azul. Cada cosa que se rompe y adentro que se rompe y afuera que se rompe, adentro y afuera, adentro y afuera, entra y sale que se rompe, lívido Gustavo miraba el sol que se moría y reclamaba aquel pañuelo de batista, bordado y maternal. Yo le di para calmarlo mi pañuelo de batista donde el rostro de mi madre augusta estaba bordado, rodeado por una esplendente aureola como de fingidos rayos, en tanto que tantas veces sequé mis lágrimas en ese mismo pañuelo, y sobre él volqué, años después, mi primera y trémula eyaculación.
Porque la venganza llama al goce y el goce a la venganza pero no en cualquier vagina y es preferible que en ninguna. Con mi pañuelo de batista en la mano Gustavo se limpió su punta agresiva y así me lo devolvió rojo sangre y marrón. Mi lengua lo limpió en un segundo, hasta devolverle al paño la cara augusta, el retrato con un collar de perlas en el cuello, eh. Con un collar en el cuello. Justo ahí.
Descansaba Esteban mirando el aire después de gozar y era mi turno. Yo me acerqué a la forma de ¡Estropeado! medio sepultada en el barro y la di vuelta con el pie. En la cara brillaba el tajo obra del vidrio triangular. El ombligo de raquítico lucía lívido azulado. Tenía los brazos y las piernas encogidos, como si ahora y todavía, después de la derrota, intentara protegerse del asalto. Reflejo que no pudo tener en su momento condenado por la clase. Con el punzón le alargué el ombligo de otro tajo. Manó la sangre entre los dedos de sus manos. En el estilo más feroz el punzón le vació los ojos con dos y sólo dos golpes exactos. Me felicitó Gustavo y Esteban abandonó el gesto de contemplar el vidrio esférico del sol para felicitar. Me agaché. Conecté el falo a la boca respirante de ¡Estropeado! Con los cinco dedos de la mano imité la forma de la fusta. A fustazos le arranqué tiras de la piel de la cara a ¡Estropeado! y le impartí la parca orden:
—Habrás de lamerlo. Succión—
¡Estropeado! se puso a lamerlo. Con escasas fuerzas, como si temiera hacerme daño, aumentándome el placer.
A otra cosa. La verdad nunca una muerte logró afectarme. Los que dije querer y que murieron, y si es que alguna vez lo dije, incluso camaradas, al irse me regalaron un claro sentimiento de liberación. Era un espacio en blanco aquel que se extendía para mi crujir.
Era un espacio en blanco.
Era un espacio en blanco.
Era un espacio en blanco.
Pero también vendrá por mí. Mi muerte será otro parto solitario del que ni sé siquiera si conservo memoria.
Desde la torre fría y de vidrio . Desde donde he con templado después el trabajo de los jornaleros tendiendo las vías del nuevo ferrocarril. Desde la torre erigida como si yo alguna vez pudiera estar erecto. Los cuerpos se aplanaban con paciencia sobre las labores de encargo. La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado. Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra.
Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto.
Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola recorrida de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!: él me lamía el falo. Impacientes Gustavo y Esteban querían que aquello culminara para de una buena vez por todas: Ejecutar el acto. Empuñé mechones del pelo de ¡Estropeado! y le sacudí la cabeza para acelerar el goce. No podía salir de ahí para entrar al otro acto. Le metí en la boca el punzón para sentir el frío del metal junto a la punta del falo. Hasta que de puro estremecimiento pude gozar. Entonces dejé que se posara sobre el barro la cabeza achatada de animal.
—Ahora hay que ahorcarlo rápido —dijo Gustavo.
—Con un alambre —dijo Estebanñ en la calle de tierra don de empieza el barrio precario de los desocupados.
—Y adiós Stroppani ¡vamos! —dije yo.
Remontamos el cuerpo flojo del niño proletario hasta el lugar indicado. Nos proveímos de un alambre. Gustavo lo ahorcó bajo la luna, joyesca, tirando de los extremos del alambre. La lengua quedó colgante de la boca como en todo caso de estrangulación. 






Del libro "Sebregondi retrocede", de Osvaldo Lamborghini

jueves, 7 de julio de 2011

Cuentos de Mario Benedetti

TANGO

Estaba tan borracho que no llegó haciendo eses sino equis. La casa (su
casa) estaba vacía, oscura, abandonada. Quizá por eso pudo llegar indemne hasta la mecedora.
Cerró, abrió y cerró los ojos. Lo que vislumbró no fue un sueño sino un milagro de jardín. Con su madre o sin su madre. Eso dependía de la tensión de sus párpados. Si era con su madre, ella lo señalaba con un índice acusador y una mueca de burla. No era preciso que hablara. El bien sabía de qué se trataba. Desde la infancia la había despreciado, ninguneado con fervor, desatendido. Entre ella y él no había puentes;
sólo despeñaderos, barrancos, hondonadas. Por eso ella, en vez de dos ojos verdes, tenía dos odios grises.
Él abrió los suyos, acarició los párpados heridos, posó su mirada opaca en la pared de enfrente, que empezó a balancearse con un ritmo
moderado. El cuadro estaba ahí: una figura antigua, de hombre recio,
con corbata de moña, melena canosa y anteojos de miope. Cerró otra
vez los ojos y el hombre se asomó en el espacio inverosímil: allí no
había moña ni anteojos. El, cuando estaba sobrio, era capaz de recitar
de memoria todos los poemas de ese tipo, pero ahora los versos se
arrinconaban en el olvido. El hombre semisoñado lo miraba con
exigencia, reclamándole algo, aunque fueran dos versos, una copla, el
estrambote de un soneto mediocre. Pero él se retraía, se ocultaba, no
quería saber nada de una inspiración ajena. Ahí era cuando el tipo
empuñaba un látigo y él abría providencialmente los ojos.
El cuadro ya no estaba y la pared había dejado de balancearse. Qué bien
le vendría un café amargo, pero cómo llegar a la cafetera, a encender el
gas, a no derramar el agua que llamaba desde el grifo.
Por primera vez lamentó su mamúa. Volvió a cerrar los ojos en busca de
un estímulo. Tardó en llegarle la somnolencia, pero cuando llegó fue una
recompensa inesperada. Frente a él, al alcance de sus manos, estaba
Dorita, más atractiva que nunca, con la boca entreabierta y a la espera,
con el camisón rosa que se le resbalaba de los senos, más turgentes que
en épocas pasadas. Quiso decir algo y no pudo. Dorita lo paralizaba con
su belleza. Decidió extender su mano hasta el pezón izquierdo, pero éste
se hizo nada entre su índice y su pulgar.
Esta vez abrió los ojos porque alguien le estaba sacudiendo el hombro.
Su mujer, nada menos, y no era un sueño.
-Otra vez mamado -gritó ella.
-Otra vez mamado -admitió él-. Yo no tengo vergüenza de tomarme una
copa.
-¿Y cuántas vergüenzas reservas para zamparte dos botellas?
-Tres.
-¿Tres? ¿Vergüenzas o botellas?
-Botellas.
-¿Hasta cuándo pensás que voy a soportar este maldito tren de vida?
-Mi amor, eso es asunto tuyo.
-Y vos, ¿no tenes conciencia?
-¿Querés que te diga la verdad? Me tiene harto.
-¿No tenes nada más que decirme?
-Cómo no... Vos sabes que yo siempre cito a los clásicos. Por ejemplo,
Cátulo Castillo (música de Aníbal Troilo) que estampó para siempre esta
delicia: «Yo sé que te lastima / yo sé que te hace daño / llorarte mi
sermón de vino».
-Es cierto que me hace daño. No importa. Aquí te dejo, con esa veterana
curda, que ya forma parte de tu currículo. Se acabó. No te preocupes.
Cuando vos y yo seamos finaditos, sé que voy a encontrarte en algún
boliche (cantina, para los ilustrados) del paraiso.

EL OTRO YO
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le
formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se
metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando
Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las
actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al
muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse
incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era
melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como
era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos,
movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio
estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro
Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no
supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al
Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había
suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre
Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente
vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito
de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se
acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente
estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su
presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que
comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y
saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo
tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía
bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía,
porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

EL PORVENIR DE MI PASADO
Eso fui. Una suerte de botella echada al mar. Botella sin mensaje. Menos
nada. Nada menos. O tal vez una primavera que avanzaba a destiempo.
O un suplicante desde el Más Acá. Ateo de aburridos sermones y
supuestos martirios.
Eso fui y muchas cosas más. Un niño que se prometía amaneceres con
torres de sol. Y aunque el cielo viniera encapotado, seguía mirando hacia
delante, hacia después, a renglón seguido. Eso fui, ya menos niño,
esperando la cita reveladora, el parto de las nuevas imágenes, las
flechas que transcurren y se pierden, más bien se borran en lo que
vendrá. Luego la adolescencia convulsiva, burbuja de esperanzas, hiedra
trepadora que quisiera alcanzar la cresta y aún no puede, viento que nos
lleva desnudos desde el suelo y quién sabe hasta (y hacia) dónde.
Eso fui. Trabajé como una mula, pero solamente allí, en eso que era
presente y desapareció como un despegue, convirtiéndose mágicamente
en huella. Aprendí definitivamente los colores, me adueñé del insomnio,
lo llené de memoria y puse amor en cada parpadeo.
Eso fui en los umbrales del futuro, inventándolo todo, lustrando los
deseos, creyendo que servían, y claro que servían, y me puse a soñar lo
que se sueña cuando el olor a lluvia nos limpia la conciencia.
Eso fui, castigado y sin clemencia, laureado y sin excusas, de peor a
mejor y viceversa. Desierto sin oasis. Albufera.
Y pensar que todo estaba allí, lo que vendría, lo que se negaba a
concurrir, los angustiosos lapsos de la espera, el desengaño en cuotas,
la alegría ficticia, el regocijo a prueba, lo que iba a ser verdad, la
riqueza virtual de mi pretérito.
Resumiendo: el porvenir de mi pasado tiene mucho a gozar, a sufrir, a
corregir, a mejorar, a olvidar, a descifrar, y sobre todo a guardarlo en el
alma como reducto de última confianza.