jueves, 28 de abril de 2011

1ero de Mayo: Mensaje a los trabajadores y al pueblo argentino

Año 1968. Programa de la CGT de los argentinos presentado durante el acto encabezado por Raymundo Ongaro y Agustin Tosco en Córdoba con motivo del día del trabajador. Tiempo después se supo que unos de sus autores principales fue Rodolfo Walsh.
Carpani

1. Nosotros, representantes de la CGT de los Argentinos, legalmente constituida en el congreso normalizador Amado Olmos, en este Primero de Mayo nos dirigimos al pueblo.
Los invitamos a que nos acompañen en un examen de conciencia, una empresa común y un homenaje a los forjadores, a los héroes y los mártires de la clase trabajadora.
En todos los países del mundo ellos han señalado el camino de la liberación. Fueron masacrados en oscuros calabozos como Felipe Vallese, cayeron asesinados en los ingenios tucumanos, como Hilda Guerrero.
Padecen todavía en injustas cárceles.
En esas luchas y en esos muertos reconocemos nuestro fundamento, nuestro patrimonio, la tierra que pisamos, la voz con que queremos hablar, los actos que debemos hacer: esa gran revolución incumplida y traicionada pero viva en el corazón de los argentinos.
2. Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre.
Nos pidieron que aguantáramos un invierno: hemos aguantado diez. Nos exigen que racionalicemos: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos. Y cuando no hay humillación que nos falte padecer ni injusticia que reste cometerse con nosotros, se nos pide irónicamente que "participemos".
Les decimos: ya hemos participado, y no como ejecutores sino como víctimas en las persecuciones, en las torturas, en las movilizaciones, en los despidos, en las intervenciones, en los desalojos.
No queremos esa clase de participación.
Un millón y medios de desocupados y subempleados son la medida de este sistema y de este gobierno elegido por nadie. La clase obrera vive su hora más amarga. Convenios suprimidos, derechos de huelga anulados, conquistas pisoteadas, gremios intervenidos, personerías suspendidas, salarios congelados.
La situación del país no puede ser otro que un espejo de la nuestra. El índice de mortalidad infantil es cuatro veces superior al de los países desarrollados, veinte veces superior en zonas de Jujuy donde un niño de cada tres muere antes de cumplir un año de vida. Más de la mitad de la población está parasitada por la anquilostomiasis en el litoral norteño; el cuarenta por ciento de los chicos padecen de bocio en Neuquén; la tuberculosis y el mal de Chagas causan estragos por doquier. La deserción escolar en el ciclo primario llega al sesenta por ciento; al ochenta y tres por ciento en Corrientes, Santiago del Estero y el Chaco; las puertas de los colegios secundarios están entornadas para los hijos de los trabajadores y definitivamente cerradas las de la Universidad.
La década del treinta resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas populares.
Cuatrocientos pesos son un jornal en los secaderos de yerba, trescientos en los obrajes, en los cañaverales de Tucumán se olvida ya hasta el aspecto del dinero.
A los desalojos rurales se suma ahora la reaccionaria ley de alquileres, que coloca a decenas de miles de comerciantes y pequeños industriales en situación de desalojo, cese de negocios y aniquilamiento del trabajo de muchos años.
No queda ciudad en la República sin su cortejo de villas miserias donde el consumo de agua y energía eléctrica es comparable al de las regiones interiores del Africa. Un millón de personas se apiñan alrededor de Buenos Aires en condiciones infrahumanas, sometidas a un tratamiento de gheto y a las razzias nocturnas que nunca afectan las zonas residenciales donde algunos "correctos" funcionarios ultiman la venta del país y donde jueces "impecables" exigen coimas de cuarenta millones de pesos.
Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de la lucha.
3. Grandes países que salieron devastados de la guerra, pequeños países que aún hoy soportan invasiones e implacables bombardeos, han reclamado de sus hijos penurias mayores que las nuestras. Si un destino de grandeza nacional, si la defensa de la patria, si la definitiva liquidación de las estructuras explotadoras fuesen la recompensa inmediata o lejana de nuestros males, ¿qué duda cabe de que los aceptaríamos en silencio?
Pero no es así. El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales. Asistimos avergonzados a la culminación, tal vez el epílogo de un nuevo período de desgracias.
Durante el año 1967 se ha completado prácticamente la entrega del patrimonio económico del país a los grandes monopolios norteamericanos y europeos. En 1958 el cincuenta y nueve por ciento de lo facturado por las cincuenta empresas más grandes del país correspondía a capitales extranjeros; en 1965 esa cifra ascendía al sesenta y cinco por ciento; hoy se puede afirmar que tres cuartas partes del gran capital invertido pertenece a los monopolios.
La empresa que en 1965 alcanzó la cifra más alta de ventas en el país, en 1968 ha dejado de ser argentina. La industria automotriz está descoyuntada, dividida en fragmentos que han ido a parar uno por uno a los grupos monopolistas. Viejas actividades nacionales como la manufactura de cigarrillos pasaron en bloque a intereses extranjeros. El monopolio norteamericano del acero está a punto de hacer su entrada triunfal. La industria textil y la de la alimentación están claramente penetradas y amenazadas.
El método que permitió este escandoloso despojo no puede ser más simple. El gobierno que surgió con el apoyo de las fuerzas armadas, elegido por nadie, rebajó los aranceles de importación, los monopolios aplicaron la ley de la selva —el dumping—, los fabricantes nacionales, hundiéronse. Esos mismos monopolios, sirviéndose de bancos extranjeros ejecutaron luego a los deudores, llenaron de créditos a sus mandantes que con dinero argentino compraron a precio de bancarrota las empresas que el capital y el trabajo nacional habían levantado en años de esfuerzo y sacrificio.
Este es el verdadero rostro de la libre empresa, de la libre entrega, filosofía oficial del régimen por encima de ilusorias divisiones entre "nacionalistas" y "liberales", incapaces de ocultar la realidad de fondo que son los monopolios en el poder.
Este poder de los monopolios que con una mano aniquila a la empresa privada ncional, con la otra amenaza a las empresas del Estado donde la racionalización no es más que el prólogo de la entrega, y anuda los últimos lazos de la dependencia financiera. Es el Fondo Monetario Internacional el que fija el presupuesto del país y decide si nuestra moneda se cotiza o no en los mercados internacionales. Es el Banco Mundial el que planifica nuestras industrias claves. Es el Banco Interamericano de Desarrollo el que indica en qué países podemos comprar. Son las compañías petroleras las que cuadriculan el territorio nacional y de sus mares aledaños con el mapa de sus inicuas concesiones. El proceso de concentración monopolista desatado por el gobierno no perdonará un solo renglón de la actividad nacional. Poco más y sólo faltará desnacionalizar la tradición argentina y los museos.
La participación que se nos pide es, además de la ruina de la clase obrera, el consentimiento de la entrega. Y eso no estamos dispuestos a darlo los trabajadores argentinos.
4. La historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción.
Afirmamos que el hombre vale por sí mismo, independientemente de su rendimiento. No se puede ser un capital que rinde un interés, como ocurre en una sociedad regida por los monopolios dentro de la filosofía libreempresista. El trabajo constituye una prolongación de la persona humana, que no debe comprarse ni venderse. Toda compra o venta del trabajo es una forma de esclavitud.
La estructura capitalista del país, fundada en la absoluta propiedad privada de los medios de producción, no satisface sino que frustra las necesidades colectivas, no promueve sino que traba el desarrollo individual. De ella no puede nacer una sociedad justa ni cristiana.
El destino de los bienes es servir a la satisfacción de las necesidades de todos los hombres. En la actualidad prácticamente todos los bienes se hallan apropiados, pero no todos los hombres pueden satisfacer sus necesidades: el pan tiene dueño pero un dueño sin hambre. He aquí al descubierto la barrera que separa las necesidades humanas de los bienes destinados a satisfacerlas: el derecho de propiedad tal como hoy es ejercido.
Los trabajadores de nuestra patria, compenetrados del mensaje evangélico de que los bienes no son propiedad de los hombres sino que los hombres deben administrarlos para que satisfagan las necesidades comunes, proclamamos la necesidad de remover a fondo aquellas estructuras.
Para ello retomamos pronunciamientos ya históricos de la clase obrera argentina, a saber:
• La propiedad sólo debe existir en función social.
• Los trabajadores, auténticos creadores del patrimonio nacional, tenemos derecho a intervenir no sólo en la producción, sino en la administración de las empresas y la distribución de los bienes.
• Los sectores básicos de la economía pertenecen a la Nación. El comercio exterior, los bancos, el petróleo, la electricidad, la siderurgia y los frigoríficos deben ser nacionalizados.
• Los compromisos financieros firmados a espaldas del pueblo no pueden ser reconocidos.
• Los monopolios que arruinan nuestra industria y que durante largos años nos han estado despojando, deben ser expulsados sin compensación de ninguna especie.
• Sólo una profunda reforma agraria, con las expropiaciones que ella requiera, puede efectivizar el postulado de que la tierra es de quien la trabaja.
• Los hijos de obreros tienen los mismos derechos a todos los niveles de la educación que hoy gozan solamente los miembros de las clases privilegiadas. A los que afirman que los trabajadores deben permanecer indiferentes al destino del país y pretenden que nos ocupemos solamente de problemas sindicales, les respondemos con las palabras de un inolvidable compañero, Amado Olmos,  quien días antes de morir, desentrañó para siempre esa farsa:
El obrero no quiere la solución por arriba, porque hace doce años que la sufre y no sirve. El trabajador quiere el sindicalismo integral, que se proyecte hacia el control del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones.
5. Las palabras de Olmos marcan a fuego el sector de dirigentes que acaban de traicionar al pueblo y separarse para siempre del movimiento obrero. Con su experiencia, que ya era sabiduría profética, explicó los motivos de esa defección.
"Hay dirigentes —dijo—, que han adoptado las formas de vida, los automóviles, las casas, las inversiones y los gustos de la oligarquía a la que dicen combatir. Desde luego con una actitud de ese tipo no pueden encabezar a la clase obrera".
Son esos mismos dirigentes los que apenas iniciado el congreso normalizador del 28 de marzo, convocado por ellos mismos, estatutariamente reunido, que desde el primer momento sesionó con el quórum necesario, lo abandonaron por no poder dominarlo y cometieron luego la felonía sin precedentes en los anales del sindicalismo de denunciar a sus hermanos ante la Secretaría de Trabajo. Son ellos los que hoy ocupan un edificio vacío y usurpan una sigla, pero han asumido al fin su papel de agentes de un gobierno, de unaoligarquía y de un imperialismo ¿Qué duda cabe hoy de que Olmos se refería a esos dirigentes que se autocalifican de "colaboracionistas" y "participacionistas"? Durante más de un lustro cada enemigo de la clase trabajadora, cada argumento de anciones, cada editorial adverso, ha sostenido que no existía en el país gente tan corrompida como algunos dirigentes sindicales. Costaba creerlo, pero era cierto. Era cierto que rivalizaban en el lujo insolente de sus automóviles y el tamaño de sus quintas de fin de semana, que apilaban fichas en los paños de los casinos y hacían cola en las ventanillas de los hipódromos, que paseaban perros de raza en las exposiciones internacionales.
Esa satisfacción han dado a los enemigos del movimiento obrero, esa amargura a nosotros. Pero es una suerte encontrarlos al fin todos juntos —dirigentes ricos que nunca pudieron unirse para defender trabajadores pobres—, funcionarios y cómplices de un gobierno que se dice llamado a moralizar y separados para siempre de la clase obrera.
Con ellos, que voluntariamente han asumido ese nombre de colaboracionistas, que significa entregadores en el lenguaje internacional de la deslealtad, no hay advenimiento posible. Que se queden con sus animales, sus cuadros, sus automóviles, sus viejos juramentos falsificados, hasta el día inminente en que una ráfaga de decencia los arranque del último sillón y de las últimas representaciones traicionadas.
6. La CGT de los Argentinos no ofrece a los trabajadores un camino fácil, un panorama risueño, una mentira más. Ofrece a cada uno un puesto de lucha.
Las direcciones indignas deben ser barridas desde las bases. En cada comisión interna, cada gremio, cada federación, cada regional, los trabajadores deben asumir su responsabilidad histórica hasta que no quede un vestigio de colaboracionismo. Esa es la forma de probar que la unidad sigue intacta y que los falsos caudillos no pueden destruir desde arriba lo que se ha amasado desde abajo con el dolor de tantos.
Este movimiento está ya en marcha, se propaga con fuerza arrasadora por todos los caminos de la República.
Advertimos sin embargo que de la celeridad de ese proceso depende el futuro de los trabajadores. Los sectores interesados del gobierno elegido por nadie no actúan aún contra esta CGT elegida por todos; calculan que la escisión promovida por dirigentes vencidos y fomentada por la Secretaría de Trabajo bastará para distraer unos meses a la clase obrera, mientras se consuman etapas finales de la entrega.
Si nos limitáramos al enfrentamiento con esos dirigentes, aun si los desalojáramos de sus últimas posiciones, seríamos derrotados cuando en el momento del triunfo cayeran sobre nosotros las sanciones que debemos esperar pero no temer.
El movimiento obrero no es un edificio ni cien edificios; no es una personería ni cien personerías; no es un sello de goma ni es un comité; no es una comisión delegada ni es un secretariado. El movimiento obrero es la voluntad organizada del pueblo y como tal no se puede clausurar ni intervenir.
Perfeccionando esa voluntad pero sobre todo esa Organización debemos combatir con más fuerza que nunca por la libertad, la renovación de los convenios, la vigencia de los salarios, la derogación de leyes como la 17.224 y la 17.709, la reapertura y creación de nuevas fuentes de trabajo, el retiro de las intervenciones y la anulación de las leyes represivas que hoy ofenden a la civilización que conmemora la declaración y el ejercicio de los derechos humanos.
Aun eso no es suficiente. La lucha contra el poder de los monopolios y contra toda forma de penetración extranjera es misión natural de la clase obrera, que ella no puede declinar. La denuncia de esa penetración y la resistencia a la entrega de las empresas nacionales de capital privado o estatal son hoy las formas concretas del enfrentamiento. Porque la Argentina y los argentinos queremos junto con la revolución moral y de elevamiento de los valores humanos ser activos protagonistas y no dependientes en la nueva era tecnológica que transforma al mundo y conmociona a la humanidad.
Y si entonces cayeran sobre nosotros los retiros de personería, las intervenciones y las clausuras, será el momento de recordar lo que dijimos en el congreso normalizador: que a la luz o en la clandestinidad, dentro de la ley o en las catacumbas, este secretariado y este consejo directivo son las únicas autoridades legítimas de los trabajadores argentinos, hasta que podamos reconquistar la libertad y la justicia social y le sea devuelto al pueblo el ejercicio del poder.
7. La CGT de los Argentinos no se considera única actora en el proceso que vive el país, no puede abstenerse de recoger las aspiraciones legítimas de los otros sectores de la comunidad ni de convocarlos a una gran empresa común, no puede siquiera renunciar a la comunicación con sectores que por una errónea inteligencia de su papel verdadero aparecen enfrentados a nuestros intereses. Apelamos pues:
• A los empresarios nacionales, para que abandonen la suicida política de sumisión a un sistema cuyas primeras víctimas resultan ellos mismos. Los monopolios no perdonan, los bancos extranjeros no perdonan, la entrega no admite exclusiones ni favores personales. Lealmente les decimos: fábrica por fábrica los hemos de combatir en defensa de nuestras conquistas avasalladas, pero con el mismo vigor apoyaremos cada empresa nacional enfrentada con una empresa extranjera. Ustedes eligen sus alianzas: que no tengan que llorar por ellas.
• A los pequeños comerciantes e industriales, amenazados por desalojo en beneficio de cuatro inmobiliarias y un par de monopolios dispuestos a repetir el despojo consumado con la industria, a liquidar los últimos talleres, a comprar por uno lo que vale diez, a barrer hasta con el almacenero y el carnicero de barrio en beneficio del supermercado norteamericano, que es el mercado único, sin competencia posible. Les decimos:
su lugar está en la lucha, junto a nosotros.
• A los universitarios, intelectuales, artistas, cuya ubicación no es dudosa frente a un gobierno elegido por nadie que ha intervenido las universidades, quemando libros, aniquilando la cinematografía nacional, censurando el teatro, entorpeciendo el arte. Les recordamos: el campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra.
• A los militares, que tienen por oficio y vocación la defensa de la patria: Nadie les ha dicho que deben ser los guardianes de una clase, los verdugos de otra, el sostén de un gobierno que nadie quiere, los consentidores de la penetración extranjera. Aunque se afirme que ustedes no gobiernan, a los ojos del mundo son responsables del gobierno. Con la franqueza que pregonan les decimos: que preferiríamos tenerlos a nuestro lado y del lado de la justicia, pero que no retrocederemos de las posiciones que algunos de ustedes parecieran haber abandonado pues nadie debe ni puede impedir el cumplimiento de la soberana voluntad del pueblo, única base de la autoridad del poder público.
• A los estudiantes queremos verlos junto a nosotros, como de algún modo estuvieron juntos en los hechos, asesinados por los mismos verdugos, Santiago Pampillón y Felipe Vallese. La CGT de los Argentinos no les ofrece halagos ni complacencias, les ofrece una militancia concreta junto a sus hermanos trabajadores.
• A los religiosos de todas las creencias: sólo palabras de gratitud para los más humildes entre ustedes, los que han hecho suyas las palabras evangélicas, los que saben que "el mundo exige el reconocimiento de la dignidad humana en toda su plenitud, la igualdad social de todas las clases", como se ha firmado en el concilio, los que reconocen que "no se puede servir a Dios y al dinero". Los centenares de sacerdotes que han estampado su firma al pie del manifiesto con que los obispos del Tercer Mundo llevan a la práctica las enseñanzas de la Populorum Progressio: "La Iglesia durante un siglo ha tolerado al capitalismo… pero no puede más que regocijarse al ver aparecer en la humanidad otro sistema social menos alejado de esa moral…
La Iglesia saluda con orgullo y alegría una humanidad nueva donde el honor no pertenece al dinero acumulado entre las manos de unos pocos, sino a los trabajadores obreros y campesinos". Ese es el lenguaje que ya han hablado en Tacuarendí, en Tucumán en las villas miserias, valerosos sacerdotes argentinos y que los trabajadores quisiéramos oir en todas las jerarquías. 8. La CGT convoca en suma a todos los sectores, con la única excepción de minorías entregadoras y dirigentes corrompidos, a movilizarse en los cuatro rincones del país para combatir de frente al imperialismo, los monopolios y el hambre. Esta es la voluntad indudable de un pueblo harto de explotación e hipocresía, herido en su libertad, atacado en sus derechos, ofendido en sus sentimientos, pero dispuesto a ser el único protagonista de su destino.
Sabemos que por defender la decencia todos los inmorales pagarán campañas para destruirnos.
Comprendemos que por reclamar libertad, justicia y cumplimiento de la voluntad soberana de los argentinos, nos inventarán todos los rótulos, incluso el de subversivos, y pretenderán asociarnos a secretas
conspiraciones que desde ya rechazamos.
Descontamos que por defender la autodeterminación nacional se unirán los explotadores de cualquier latitud para fabricar las infamias que les permitan clausurar nuestra voz, nuestro pensamiento y nuestra vida.
Alertamos que por luchar junto a los pobres, con nuestra única bandera azul y blanca, los viejos y nuevos inquisidores levantarán otras cruces, como vienen haciendo a lo largo de los siglos.
Pero nada nos habrá de detener, ni la cárcel ni la muerte. Porque no se puede encarcelar y matar a todo el pueblo y porque la inmensa mayoría de los argentinos, sin pactos electorales, sin aventuras colaboracionistas ni golpistas, sabe que sólo el pueblo salvará al pueblo.

Publicado el 9 de mayo de 1968 en el periódico de la CGTA

viernes, 22 de abril de 2011

¿Qué es un Revolucionario? Jorge Ricardo Masetti

Que su nombre siga casi tan ignorado en su país como el pedazo de selva que esconde sus huesos era previsible para Jorge Masetti. Periodista, sabía cómo se construyen renombres y se tejen olvidos. Guerrillero, pudo presumir que si era derrotado el enemigo sería el dueño momentáneo de su historia”. (del Prólogo de Rodolfo Walsh en Los que luchan y los que lloran de Masetti).

¿Qué es un revolucionario?

Muchas veces hemos escuchado afirmar a personas de muy distinta formación ideológica –en el caso que la tuviesen- que eran revolucionarios. Se consideraban revolucionarios porque estaban en contra de algo. Creían ser revolucionarios porque aspiraban –y aún luchaban- contra el presidente ladrón, asesino, demagogo… o poco elegante y vulgar. Existen personas que piensan que un gobierno debe ser derrocado porque el presidente no sabe usar bien los cubiertos, o pertenece a un sector, según ellos, inferior. Y también se consideran revolucionarios.

          Es por eso que en un movimiento contra un gobierno, se enrolan individuos de una heterogeneidad asombrosa. Pero el mosaico se quiebra al producirse el triunfo de ese movimiento. Los que tomaron parte en él, únicamente porque estaban en contra de los hombres del mal gobierno, chocan irremisiblemente contra sus compañeros, que consideran la caída de los que ostentaban el poder, sencillamente como un paso imprescindible hacia la revolución.

          El triunfo de la acción antigubernista, provoca, tácticamente, el enfrentamiento entre los golpistas y los revolucionarios verdaderos.

         Muchos de los que conspiraron y lucharon por la caída de las caras feas del régimen, se consideraban defraudados y aún alarmados por la posición de los que no se conforman con eso, de los que no se sienten felices por haber alcanzado el privilegio de calentar con honrada serenidad los sillones de los derrocados, sino que continúan agitando, revolucionando al país, hurgando en busca de todos los males del sistema, para removerlos y exterminarlos.


Otros, en cambio –reacción pura- enfrentan decididamente a los revolucionarios, con la vieja pero siempre eficaz táctica del copamiento de los puestos de significación, operación que les facilita el desinterés de sus adversarios, provocando desde allí conflictos artificiales que retarden y entorpezcan la acción revolucionaria.

        Los indiferentes y los reaccionarios, siempre pretenden quedarse en el golpe de Estado y “normalizar” el país lo antes posible.

        En cambio el revolucionario, siempre se siente obligado a luchar, a seguir adelante.
 
        Nada ni nadie logra detener ni conformar al revolucionario, porque esa es su vocación y su destino. Si no tiene armas, muerde. Si le arrancan los dientes, patea. Y si lo matan, escupe sangre.
 
        Pero si se da el insólito caso que logra vencer, entonces lucha aún más. Porque ya no se enfrentará con el enemigo declarado que lo ataca con las armas en la mano sino que tiene que soportar en su propia mochila, el peso de la insidia solapada, la adulonería, la calumnia y las presiones internas y externas. Pelea aún más porque sabe que desde el gobierno no logrará la satisfacción del triunfo después de cada batalla. Y que luego de cada combate no habrá tregua reparadora.
 
        Martí, cuyas sentencias no sólo convulsionan el espíritu, sino que sacuden hasta los huesos, afirmó que “patria es ara, no pedestal”. Y los revolucionarios verdaderos son aquellos que saben que en esa ara ofrendarán su vida, sus ambiciones y lo que le es aún más doloroso, hasta su orgullo. Porque ya no serán “ellos”, sino simples instrumentos del pueblo por el que luchan y se angustian. Porque su debatir será permanente, como permanente tendrá que ser la revolución.
 
        Revolucionario es aquél al que la rebeldía jamás abandona. Aquel que aún siendo miembro del ejército o la policía, aunque deba llevar el control de instituciones cuya existencia es un mal necesario por el mal mismo, los odia, porque los considera amenazas latentes contra las libertades populares. El revolucionario se estremece al escuchar las sirenas de la policía, aunque sea el mismo jefe de ella. Sólo concibe las armas en manos del pueblo y los uniformes en las camisas sudadas de los que trabajan.
 
        El revolucionario, que tiene un principio, -el momento en que siente con su espíritu y con su carne que es parte de su pueblo- no tiene fin.
 
        Ningún revolucionario termina, sin prolongarse en su lucha y en su ejemplo. Su grito jamás se apaga, sin que encuentre el eco de mil gargantas jóvenes que lo renueven. Su sangre jamás se coagula, sin que la asimile la tierra por la cual la derramó.
 
        Esa es su única, íntima y reconfortante recompensa.



jueves, 14 de abril de 2011

Cuba ante la invasión (1) - John William Cooke


Al escribir estas líneas, en Cuba hay seguridad de que vendrá la invasión 2. Se sabe que los varios miles de mercernarios concentrados en Guatemala  y otros sitios cercanos a la isla están  a punto de ser embarcados, y que es propósito firme de quienes dirigen la operación colocar inmediatamente esas tropas en territorio cubano. No descarto que la agresión pueda ser postergada, pues lo que yo veo aquí también lo han visto los espías imperialistas, pero hasta el momento no ha habido cambio de planes.

Los últimos días han sido aquí de actividad febril para completar la preparación de las milicias revolucionarias. Fidel ha dado instrucciones bien explícitas a toda la población y a los grupos de combate. Anoche, el Secreto de la Confederación Cubana de Trabajadores completó las directivas a seguir durante la lucha a fin de evitar interrupciones del proceso productivo. En cada centro de trabajo estan repartidas las funciones y seleccionados los que tendrán a su cargo la vigilancia y los que integraran formaciones mayores de milicia. Los hospitales, bancos de sangre y de plasma han hecho sus reservas de guerra, mientras las milicianas se vuelvan en la organización de primeros auxilios. Todas las madrugadas veo pasar decenas de ómnibus conduciendo milicianos que van a cubrir sus destinos. La televisión suple diaramente alguna posible deficiencia preparatoria repitiendo explicaciones sobre el manejo y desarme de fusiles.

Quien conozca al cubano sabe que es un tipo extrovertido, dicharachero, ocurrente, cuyas actividades colectivas, por serias que sean, tienen un acompañamiento invariable de cantos y bailes. La procesión religiosa no es incompatible con el cha-cha-cha, ni el paso marcial con cierto ritmo extra- militar que transforma en puro deleite contemplar el paso de las brigadas femeninas. La Revolución, al convertir los problemas nacionales en un quehacer de todo el pueblo, determina que los episodios de la política interna y externa se traduzcan en música:
 " Pero la reforma agraria va", "Venceremos", "Con OEA o sin OEA", "Los yanquis son guanajos (pavos)" son algunas de las composiciones que se corean y a cuyo compás bailan las parejas. Pues bien, nada de esto ha cambiando ante el peligro de la invasión, respecto de cuya inminencia nadie abria dudas.

El ambiente es de alegría, casi diría de fiesta. Las calles están llenan de estrategos improvisados que se trenzan en discusiones interminables sobre los puntos probables de la invasión y la táctica que Fidel adoptará. Omniscientes teóricos exponen complicadisimos planes de exterminio e intercambian conocimientos en cuanto al tipo de armas que los yanquis han suministrado a los invasores. Cuando algún participante en el debate, apunta la posibilidad de que, ante el fracaso de la intentona, intervengan directamente los "marines" norteamericanos- cosa a la que el Caribe está dolorosamente acostumbrado- los temas bélicos se proyectan al plano mundial y asistimos al desarrollo de vastas comparaciones entre los respectivos poderíos de EE. UU. y la URSS, con mención de escalofriantes instrumentos de guerra de cuya ultrasecreta existencias parecen tener conocimiento solamente Kremlim y el imprevisto contertulio que lo menciona. Todo esto en medio de chistes, risotadas y confianza ilimitada en la victoria. Pero lo importante es señalar que no hay ni desconocimiento ni subestimación de los riesgos: las veinte mil muertes de la lucha contra Batista son demasiado recientes como para suponer que en esta alegría hay proporción alguna de la inconsciencia. Es, por el contrario, producto del carácter cubano unido a una seguridad absoluta sobre la justicia de su causa y la capacidad para defenderla.

De noche recorremos la ciudad y concurrimos a los sitios de concentración de milicias. Los habaneros, que llevan meses de práctica, estan ansioso por tener armas. Ahora las están recibiendo y la felicidad se trasluce en los rostros y en los gestos. Los "responsables" de milicia, enloquecidos con el trabajo de planilleo, tienen que interrumpir a cada momento sus tareas para llamar al orden: "Eh, tú, deja ese fusil en paz", "Mira, chico, que esa metralleta no es un juguete"; pero nada, el miliciano la arma y desarma, apunta a ficticios enemigos , repele sigilosos y fantasmales atacantes. Salen los grupos encargados de reemplazar a los que andan patrullando la ciudad. Los demás escuchan a los instructores. A cada rato, y con cualquier pretexto algún miliciano ensaya posturas con su metralleta, en medio de la recovención exasperada de los "responsables". Uno de estos- argentino y peronista- me muestra el techo: parece un colador, como resultado de la impaciencia de los novicios por manipular el arma. Dirigiéndose a un muchacho que apunta como si acabase de descubrir un avión en el cielorraso le grita: " Tené mano,  pibe, ¿te pensás que en cinco minutos lo vas a desbancar a Fidel?". Una carcajada estruendosa rubrica la salida, que tiene la gracia adicional de estar expresada en el extraño idioma de los "ches".

No se sonrían nuestros atildados militares que van a las reuniones de la Junta Interamericana de Defensa a provocar la intervención continental contra Cuba. Estos obreros que recién aprenden el uso de las armas, estos guajiros, este pueblo movilizado y en revolución es el Ejército que derrotará al imperalismo, el que apoyará a otros ejércitos populares en nuestra América traicionada. Porque San Martín y Bolívar pelearon y vencieron con este mismo humilde pueblo: con los negros, con los indios, con los mulatos, con los pobres, con los gauchos de América; hartos, entonces como ahora, de injusticias; decididos, entonces como ahora, a dar la vida- que no es poco dar- para construir una sociedad nueva.

De pronto, llega Fidel, que recorre todos los puntos de reunión y, de acuerdo con su característica, de improviso, a cualquier hora del día o de la noche. Examina todo, lo importante y lo minúsculo, escucha las explicaciones de los "responsables", contesta preguntas. Les dirige luego la palabra. Se necesitan voluntarios para ir al interior a apremder rápidamente el manejo de armas antitanques y antiaéreas reforzando el personal ya asignado. Se reproduce lo que ha sucedido en cada lugar: todos se oferecen. Se resuelve, entonces, que vayan menores de treinta años y sin empleo fijo. Cuando Fidel parte, comienzan los comentarios, que con toda seguridad se prolongarán durante horas.
¿Cómo es que esta gente, con tendencia a la despreocupación, escéptica después de cincuenta años de corrupción política y administrativa y de sometimiento total a los Estados Unidos, es hoy un pueblo con acerada voluntad, ansioso por combatir y dispuesto a morir si es preciso?. Es que la Revolución ha sacado a la luz todas las virtudes nacionales, que antes no encontraban cómo expresarse, y he convertido a la isla en una fortaleza que se alza desafiando al opresor, hasta ayer invencible. La aventura contra Cuba, patrocinada por la histeria del imperialismo, terminará con el aniquilamiento de los que pongan sus pies en estas playas. Con seiscientos mil milicianos y cuarenta mil soldados de Ejército Rebelde, bien armados todos y dirigidos por un grupo de hombres que cumplieron la hazaña de derrotar a un ejército profesional, el agresor que llegue hasta aquí, aquí quedará.

A la movilización de un pueblo para conquistar el poder, primero, y para defender sus conquistas revolucionarias, después, es bueno que le consagremos algo más que tributos administrativos o retóricos bienintencionales. Más vale que la estudiemos como un proceso que encierra muchas claves para la emancipación de nuestros países.
El triunfo de Fidel Castro es el resultado de haber visto claro, desde el primer momento, el camino a seguir. Eso determinó no solo la toma del gobierno, sino la política revolucionaria desarrollada después. De no liquidar las estructuras del institucionalismo liberal- burgués, la gran popularidad del héroe de la Sierra Maestra no le hubiese servido de nada: o tenía que someterse al imperalismo, o este lo liquidaba. Los engranajes parlamentarios y judiciales, la prensa comercial, los resortes culturales oligárquicos, todo se hubiese conjurado; y siempre quedaban las fuerzas armadas, por si se tornaba inmanejable. Al eliminar todo eso, comenzando por disolver el ejército profesional y sustituirlo por las milicias obreras y campesinas, pudo promulgar la legislación revolucionaria- reforma agraria y urbana, nacionalización de empresas, expropiación de monopolios- y cumplir con su  programa de liberación. Todo lo cual fue posible, insisto, porque desde el primer momento planteó correctamente las formas de lucha.

Cuando todos los partidos políticos de Cuba, inclusive el Ortoxodo en cuyas filas militaban, mendigaban de Batista algunos resquicios de legalidad y se proponían como objetivo la vuelta al constitucionalismo que en nada tocaría los intereses del privilegio, Fidel comprendió que toda acción de masas debía basarse en el abandono de los métodos del pasado y en el desprecio de electoralismo. Unos párrafos del artículo publicado en un periódico clandestino sintetizan esta visión:

"Quien tenga un concepto tradicional de la política podrá sentirse pesimista ante este cuadro de verdades. Peros los que tengan, en cambio, fe ciega en las masas, para los que crean en la fuerza indestructible de las grandes ideas, no será motivo de aflojamiento y desaliento. EL MOMENTO ES REVOLUCIONARIO Y NO POLÍTICO 3. Lo político es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos. A un partido Revolucionario debe corresponde una dirigencia revolucionaria, joven y de origen popular."

Estas frases condensan la superioridad de Fidel, simple militante entonces del Partido Ortodoxo, sobre los demás hombres políticos de su país. Existía, en los hechos, un Frente de Liberación; se trataba de coordinarlo y de llevarlo al triunfo. Y eso no era posible lograrlo a través de simples acuerdo, sino que se alcanzaria únicamente en la acción. De ahí su asalto al cuartel Moncada, con cuyo arsenal pensó armar al pueblo. Y de ahi también su plan posterior, más maduro y acertado, que culminó con la epopeya de derrotar a un ejército moderno, adiestrado y provisto de material bélico por los Estados Unidos.

El abandono de la política "tradicional", el programa revolucionario y la integración de un frente de liberación en forma dináminca, por la acción insurrecional, son esas claves iniciales. Desde entonces, los estudiantes y los grupos progresivas que militaban en los partidos se concentraron detrás de la nueva fuerza de gestación, mientras el campesinado se fue incorporando al Ejército Rebelde y selló su alianza con los obreros. Esto no comenzó con solemnes acuerdos, ni con crecido número de activistas, ni con coordinaciones minuciosas o ingestes recursos. Comenzó con los que elegían una política revolucionaria enfrentando a la dictadura y a los politiqueros. El pueblo se fue uniendo a los rebeldes porque no retrocedían antes las dificultades y ofrecían un camino difícil y duro, pero a cuyo término habría soluciones de fondo para el drama del país y de sus clases desposeídas. Esa integración con las masas no solamente culminó en el triunfo, sino que influyó en Fidel, el Che, Raúl 4, Almeida 5, etc., enseñándoles por experiencia directa y contacto con la gente humilde cuáles eran los problemas fundamentales, aclarándoles cuestiones confusas o insuficientemente planteadas y fortaleciendo en ellos ese espíritu que les hace llevar hasta las últimas consecuencias las iniciativas revolucionarias.

Cualquier tentativa de realizar la lucha de liberación nacional dentro de los carriles de la seudo legalidad liberal- burguesa es un contrasentido. Como lo es creer que las fuerzas revolucionarias pueden alinearse en forma estática, sin salir del terreno teórico. O, lo que ya sería un disparate, hacer alianzas electorales y mangonear votitos para pegar algunos gritos en el parlamente, gritos que nadie escuchará, y que, en todo caso, nada remedirán.
Frente de Liberación Nacional es sinónimo de unión e incorporación progresiva de distintos sectores a una lucha por la recuperación integral, es decir, que incluye la soberanía del país y la revolución social como partes indivisibles de un proceso indivisible. La conciencia de las masas argentinas, su larga lucha, facilitan la constitución de un frente, donde han de deponerse los sectarismo y las vanidades particularistas. Ni oportunismo como el que practican los cazadores de votos proscriptos, ni grupos dirigentes moviéndose en el Olimpo de la pura teoría y las revoluciones ideales. Acción en común, compenetración de masas y dirigentes, en una acción que busca transformaciones fundamentales del régimen económico social. Creo que en Argentina estamos haciendo apreciables progresos es ese sentido. Los milicianos de Cuba- cuyos cantos trae la noche mientras escribo- me confirman que vamos por buen rumbo.

John William Cooke, 1960.
____________________________________________________________
1. Publicado en la revista El Popular, noviembre de 1960.
2. Se trata de una nota escrita unos meses antes de la invasión a Cuba apoyada por Estados Unidos. Finalmente, el 16 de abril de 1961, luego de meses de rumores, una fuerza  mercenaria, armada y entrenada por la CIA, atacó Cuba mediante fuego aéreo y tratando de desembarcar en varios puntos de la isla. El mayor número de invasores atacó en el centro del país, en Playa Girón, de la Bahía de los Cochinos. Luego de tres días de combates, los atacantes fueron derrotados. John Cooke y Alicia Eguren se presentaron como voluntarios  y fueron destinados a la defensa como milicianos. Cooke prestó servicios en el sector Norte, Batallón 134, con el número de miliciano 1331.
3. Mayúsculas en el original.
4. Raúl Castro.
5. Juan Almeida Bosque. Escritor y vicepresidente del Consejo de Estado de Cuba, participó del asalto al cuartel Moncada y fue comandante de un frente guerrillero en la Sierra Maestra. Ha escrito varios libros testimoniales, entre ellos Desembarco (1988) y Sierra Maestra (1989)





jueves, 7 de abril de 2011

Otra lección lejos del pizarrón, un miércoles 4 de abril...*

                                                                   Lucas Quinto


El 4 de abril pasado se cumplieron 4 años del asesinato de Carlos Fuentealba, docente de Arroyito, Neuquén.
Ese día de 2007,  él y sus compañeros, tras un mes de paro, decidieron hacer más fuerte la protesta y cortaron la ruta 22 exigiendo recomposición salarial y pase a planta de los trabajadores de planes sociales.
La policia del entonces gobernador Sobisch se cargó una vez más su traje de verdugo y respondió con una brutal represión.
Con broca, con indignación y seguramente también con miedo,los docentes corrieron para que no los alcancen los gases  y las balas. También lo hacia Carlos, hasta que un proyectil de gas lacrimógeno impactó en su cabeza.
Murió a las pocas horas dejando una lección que no olvidaremos nunca.

A 4 años seguimos exigiendo juicio a los culpables.

Para recordarlo a la manera de El Altillo les dejamos una canción  que forma parte de uno de los tantos cd's homenaje a Carlos Fuentealba.



Fuentealba, Fuenteovejuna- Rafael Amor
Fuentealba,
Fuenteovejuna,
ante la impunidad
Todos a una.
Con la muerte en la nuca cayó el maestro,
armado hasta los dientes de abecedario,
de razones de pobre siempre olvidado,
armado de esperanzas para ir luchando.
Con su filo de escarcha y por la espalda,
un puñal traicionero de sombra helada,
paralizó el latido de Fuentealba.
Con nombres y apellidos la muerte mata.
Por las calles que el pueblo vuelve más anchas,
corre a mares la sangre de los que
marchan,
pero crecen las voces dura y airadas
y avanzan a pie firme por el mañana
con Teresa Rodríguez y Fuentealba.

*Fragmento de "Permiso para hablar", canción de Fernando “Rahe” Israilevich,