jueves, 15 de septiembre de 2011

Taco Ralo-1968

En el marco de la dictadura de Ongania y con Perón fuera del país, se instala un campamento de las Fuerzas Armadas Peronistas en el monte de Taco Ralo, Tucumán.
Dejar el diálogo y pasar a la acción era la consigna para recuperar los espacios y traer de vuelta a Perón.
El comando es finalmente derrotado y sus militantes son apresados y torturados. La sensación de derrota es grande pero la lucha continuará desde los lugares de encierro.
Compartimos una breve crónica de los hechos.

 Fragmento del libro La Voluntad Tomo I El valor del cambio, de Eduardo Anguita y Martin Caparros:
El tren salió de Retiro el 28 de agosto. Hacía frío;  Cacho y los otros cuatro que viajaban con él llevaban mantas, comida, bolsos grandes. Otros viajarían en el tren siguiente, y el resto de la gente y casi todo el armamento iban en el camión.  Cuando la locomotora anunció con tres pitazos la salida, Cacho tuvo un escalofrío.
Era un paso serio,  el más serio que había dado en su vida. Lo tranquilizaba saber que no eran unos improvisados: a casi todos los conocía de varios años de militancia, y sabia que eran gente confiable¸ que se había probado en más de una acción. Era un grupo responsable y estaban convencidos  de que iban a cambiar la historia.
-Esto va a ser como una bomba. Le vamos a dar una cachetada al régimen, le vamos a demostrar que no nos estregamos, que la juventud está de pie, y nuestro ejemplo va a ser tomado por todos, va a ser una bandera de lucha.
Había dicho, en esos días, muchas veces, Cacho. Pensaba mas en un sacrificio ejemplar que en empezar una guerra y ganarla. Aunque también cabía esa posibilidad: esa esperanza.
-Si conseguimos liberar una zona de Tucumán, con los cien mil trabajadores de FOTIA, más algún regimiento que se prenda, mas alguna gente que se de vuelta y entonces…. Entonces después Salta y Jujuy, y ya que tenemos la frontera con Bolivia, y entonces volvemos…
Y si les iba mal siempre podían intentar la retirada por las montañas de Catamarca hasta la frontera con Chile: un viaje duro pero no imposible. Aunque creían en el factor sorpresa: primero ocuparían un puesto, después otro, después otro y finalmente, el ejemplo provocaría una insurrección  en la provincia y entonces…. Tucumán, en esos días, podía resultar un polvorín. Había cierres de ingenios, ollas populares, mucha movilización de los cañeros, un clima muy espeso.
(…)
Uno de los objetivos de la FAP era traerlo de vuelta a Perón, y con Perón en el país,  podía pasar  cualquier cosa, pensaba Cacho.
(…)
Aunque prefirieron lanzarse por las suyas, sin consultar a Perón, sin anunciarle nada. De todas formas Perón lo había dicho muchas veces, cada vez más claro. Por ejemplo cuando murió Guevara: “No creo que las expresiones revolucionarias verbales basten. Es necesario entrar a la acción revolucionaria, con base organizativa, con un programa estratégico y tácticas que hagan viable la concreción de la revolución. Y esta tarea la deben llevar adelante quienes se sientan capaces. La lucha será dura, pero el triunfo definitivo será de los pueblos”. Perón mismo les estaba dando la orden, pero era mejor no decirle nada todavía.
(…)
Los primeros días se pasaron instalando “El Plumerillo”, como el del Ejército de los Andes.(…)
La rutina se organizó enseguida. Cada día se despertaban antes de las cinco y salían a marchar por el terreno. No llevaban armas porque era entrenamiento físico y de contacto con el medio; los dos  que se quedaban, de guardia, en el campamento, les tenían preparado el mate cocido para cuando volvían, a eso de las siete.
El 16 de septiembre de 1968, a 13 años de la Revolucion Libertadora, a dos semanas de su llegada a Taco Ralo, el Destacamento Montonero 17 de octubre de las Fuerzas Armadas Peronistas estaba por terminar la primera etapa de su preparación del monte. Cuatro días después empezarían a llevar las armas en sus marchas; menos de un mes más tarde tendrían su bautismo de fuego. Ese día, mientras tomaban el mate cocido a la mañana, el viento les trajo el ruido de un par de balazos no muy lejos. Las bocas se quedaron congeladas en los tarritos de metal, hasta que alguien dijo que eran cazadores.
(…)
Al dia siguiente, en plena marcha, Cacho encontró un atado de cigarrillos tirado junto a una mata de arbustos. Fue una sorpresa. Se suponía que ninguno de ellos no tenia cigarrillos. Cacho preguntó quién lo había tirado, y nadie se hizo cargo.
(…)
Esa noche a eso de la una de la mañana, Cacho se despertó con el ruido de un camión que pasaba a lo lejos.  Sacudió al compañero que dormía al lado y le dijo que escuchara porque le parecía haber oído algo. El ronroneo del motor era inconfundible.
-Ah, el camión de la Hidráulica.
(…)
Cacho y el otro se tranquilizaron y se volvieron a dormir. Se despertaron de nuevo poco después de las cuatro, para preparar la marcha. Se vistieron, medio dormidos todavía; Cacho estuvo a punto de agarrar un revolver, pero lo dejo. Habian convenido que empezarían a llevar armas recién al día siguiente.
Poco antes de las seis, la columna estaba llegando de vuelta al campamento, con Cacho, el Utu y el Aguila a la cabeza. Todavía estaba oscuro. De pronto, Cacho vio una sombra que se movia alla adelante; se paró en seco mientras hacia una señal para que los demás también pararan. Cacho todavía tuvo tiempo para preguntarle al Utu qué era eso.
-¿Eso qué?
-Esa sombra, ahí adelante.
-Un caballo, debe ser un caballo.
Detrás, la columna se había parado y esperaba. La sombra se movio y se oyo un grito susurrando:
-¡Cállense, boludos!
El tipo tenia acento tucumano y voz desconocida. Los últimos de la columna empezaron a correr para atrás, el tipo se dio vuelta de golpe y gritó alto, alto que no se mueva nadie. Estaba a menos de diez metros de Cacho; lo apuntó con su FAL, y antes de soltar una ráfaga desvió el arma para arriba. Las balas le zumbaron por encima de la cabeza.
Enseguida se oyeron otros disparos, que llegaban desde todos lados, y aparecieron los haces de luz de varias linternas. Y más gritos:
-¡Quieto, Carajo!¡No se mueva nadie!¡Quietos o los matamos a todos!.
La columna estaba rodeada, un poco más allá, adentro del campamento, David alcanzó a correr para buscar un FAL que estaba debajo de la lona; uno  de los milicos lo corrió y lo tacleo justo cuando agarraba el arma. Alcanzo a disparar un par de tiros, que salieron al aire y se perdieron en el batifondo. Sonaban disparos por todas partes, pero no parecía que tiraran a dar. El cura Ferré trato de disparar una carabina automática pero la empuño y el cargador se le cayó al suelo; en un segundo, cuatro policías se le tiraron encima y le pegaban. Los policías no sabían a quien estaban deteniendo: días atrás habían visto un avión sospechoso volando sobre la zona, así que creían que eran contrabandistas; tenían la orden de agarrarlos vivos. De pronto hubo un silencio, y Cacho pensó que tenía que decir algo.
-¿Quién manda esta tropa, carajo?
-El comisario Tamagnini
-¡Acá el Comandante El Kadri, de las Fuerzas Armadas Peronistas!
(….)
En un par de minutos, diez guerrilleros estaban atados con las manos atrás; los cuatro últimos de la columna habían conseguido escaparse.
(…)
Habian llegado veinte días antes, creyendo que volverían victoriosos o  muertos;  habían pensando que iban a tomar aquel destacamento, que iban a ser la primera bofetada en la cara del régimen, la chispa que incendiara la llanura y ahora estaba ahí, presos, derrotados, sin triunfo y sin gloria.

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