jueves, 8 de diciembre de 2011

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En uno de los apartados del libro La Rebelión de las Madres de Ulises Gorini, se relata el secuestro de las madres, dos religiosas francesas y otros familiares de desaparecidos.El operativo fue organizado por Alfredo Astiz que se infiltró entre las madres haciendose pasar por Gustavo Niño, hermano de un desaparecido.  Por esos días las Madres estaban organizando la publicación de una solicitada en los diarios con los nombres de los secuestrados. El costo de tanta lucha y perverancia fue la desaparición de 3 de sus mejores madres, sin embargo ellas siguieron adelante, enfretando al enemigo.

En el nombre de la Virgen
La Marina decidió dar el golpe el 8 de diciembre.
Como siempre para esa fecha, Santa Cruz se llena de files que acuden, en mayor número que lo habitual, a la misa por el día de la Virgen Inmaculada. Es una fecha especial. También lo fue para los familiares de los desaparecidos que trabajaban para publicar la solicitada con sus firmas.
Aquella sería la última jornada para la recolección del dinero que el diario exigía¸ y más de medio centenar de hombres y mujeres se reunieron para sumar sus aportes. Tanta cantidad de gente hizo que los curas decidieran abrir una sala especial para aquel encuentro. Entre ellos estaba Alfredo Astiz, alias Gustavo Niño, cuyo “nombre” aparecería por error dos veces en la lista de firmantes de la solicitada.
Afuera, en varios coches que estacionaron en doble fila, los integrantes del GT 3.3.2 se aprestaban para el operativo secuestro, a cargo del teniente Raúl Scheller, alias Pingüino.
La reunión fue breve y concreta. No había mucho que charlar más que lo necesario para hacer las cuentas y entregar las últimas firmas recogidas durante la semana. Concluida esa tarea, los participantes comenzaron a salir en grupos pequeños.
Una de las primeras detenidas fue Esther de Careaga. Llevaba catorce mil pesos destinados a pagar la solicitada. María del Rosario observó el momento en que la agarran del brazo y la llevan arrastrando hacia uno de los coches. Era el comienzo del operativo.
“Recuerdo que yo iba del brazo con Mary Ponce-rememora María del Rosario- y de repente se nos vienen unos tipos encima. A mí me empujan y me sacan del brazo a Mary. Yo gritaba, no entendía nada, preguntaba `por qué, por qué ´, y ellos diciendo `es un operativo por drogas´”.
Los detenidos fueron muchos, pero en ese momento reinaba el caos y nadie estaba totalmente seguro de la cantidad. De la reunión había participado Gustavo Niño, quien se retiró antes de que concluyera, alegando que ese día estaba apurado; tanto a Ketty como a Quita les había estado preguntando con insistencia sobre Azucena. Se lo vio contrariado cuando le dijeron que ella ese día no vendría. Alguien, además, observó que se había despedida de un grupo de gente con un beso: era la señal para que el grupo operativo identificara a sus víctimas. 
El padre Fred Richard acababa de dar misa y, en ese momento, sintió los gritos en la calle. Entró por un corredor, que va de la iglesia hacia la parroquia, donde se había reunido la gente. Entonces vio un grupo de personas totalmente fuera de sí, algunos se abrazaban entre ellos y otros se agarraban la cabeza. Él no podía todavía comprender lo que estaba sucediendo. “Había un revuelo tremendo- sostuvo al memorar los hechos varios años después-. Lo que más me impresionó es que había unos chiquitos llorando que, luego, me enteré que eran los hijos de Ángela, una de las secuestradas, que habían quedado solos. Yo traté de encargarme de ellos y de calmar a un hombre que sufría una crisis de nervios”.
Más tarde, Richard fue hasta la comisaria 20 para tratar de averiguar algo y, eventualmente, hacer la denuncia. Allí dijeron que ellos “no tenían nada que ver”, pero que investigaría.
María del Rosario estaba desesperada. Quería hacer algo, pero no sabía realmente qué. Entonces decidió ir a la casa de Emilio Mignone. Allí se reunía otro grupo de trabajo por la solicitada. La noticia les cayó como una bomba. Pero Mignone trató de poner algo de calma. Lo primero que decidieron fue hacer la lista de las personas que estaban seguros habían sido detenidas. Ese trabajo continuaría por varios días. En realidad, ya en aquella nefasta jornada tenían en claro la nómina completa de los secuestrados, cada uno de los que lograron escapar ayudó a identificarlos. Eran Esther Ballestrino de Careaga, María Eugenia Ponce de Bianco, Alice Domon, Raquel Bulit, Patricia Oviedo, Ángela Aguad de Genovés, Gabriel Horacio Horane. Tenían una sola duda: nadie había visto que se llevaran a Gustavo Niño, pero él dejó de aparecer en las reuniones a las que solía ir.
El horror creció cuando se enteraron de que el operativo de Santa Cruz no había sido el único de esa jornada y que, al día siguiente, el 9, se habían realizado otros. El primer objetivo, anterior al del grupo de la iglesia, fue la casa de Remo Berardo o, mejor dicho, el propio Remo. En la operación intervino directamente Astiz y la colaboradora Silvia Labayrú. Esos secuestros fueron seguidos de un operativo en la intersección de la avenida Belgrano con Paseo Colón, donde se había establecido otra cita para la recolección de firmas y dinero, y a la cual concurrieron Horacio Elbert y José Fondevilla. Al día siguiente, también detuvieron a la monja de nacionalidad francesa Léonie Duquet, compañera de habitación de Alice.  En total eran once las víctimas. Y todavía faltaba una.

Ganar una batalla

“¿Te fijaste en el diario?”, preguntó Azucena. “No- le contestó Ketty-. Ahora pensaba para salir para comprarlo. “Yo también voy ahora. ¿Te enteraste lo de Santa Cruz?” “¡Como no me voy a enterar si yo estaba ahí!”, se exalto Ketty. “¡Qué barbaridad! Es terrible, pero tenemos que seguir”, le dijo Azucena.
Azucena colgó el teléfono luego de despedirse de Ketty y avisó a su casa que saldría unos minutos. Ella se había acostado tarde, pero igual esa mañana se levantó temprano y se la vio menos angustiada que el día anterior. Antes de limpiar y arreglar la casa, salió a hacer algunas compras. Ya hacía un año y medio que su rutina domestica había cambiado rotundamente, y ahora las antiguas tareas se mezclaban con las nuevas, la de esa militancia no deseada, pero sí elegida frente a las terribles circunstancias. Y ese día las compras incluían parte de los frutos de su lucha más denodada de ese tiempo: el periódico, donde aparecería la solicitada con la firma de las Madres y otros familiares desaparecido. Allí estaba, en la página 19 del diario La Nación el texto que ella misma, Azucena, había escrito.
En centenares de casos distintos, cada familiar y cada  madre repitió esa emoción. “Yo no sé cómo se siente uno cuando gana una batalla, pero era un triunfo”, dice María del Rosario cuando recuerda aquella ocasión en que vio los tres cuartos de página de la solicitada. “Alrededor de una no había cambiado nada, pero la solicitada era un afianzamiento de la lucha. Para la gente, en general, no había pasado nada. En cambio en la gente recién lo noté cuando empezaron a ver los cadáveres por televisión. Ahí si empecé a ver gente que antes no me saludaba y que después me empezó a saludar cordialmente como diciendo ´pobre mujer, es cierto lo que le pasó ´. Pero con la solicitada no. Además, las solicitadas las sacábamos en La Prensa o La Nación. ¿ Qué gente de barrio lee La Prensa o La Nación. Si hubiesen salido en Clarín…, pero Clarín no las sacaba”, recuerda María del Rosario.
Muchos llamaron por teléfono a otros familiares para comentar la aparición y celebrar. Era hora de poder celebrar algo. La propia Azucena llamó a varias Madres, entre otras a Neuhaus, a quien le dijo que, sin embargo, el ejemplar que ella tenía en sus manos tenía defectos de impresión y saldría enseguida a comprar otro.
Le preguntó a su hija Cecilia qué quería almorzar y salió con la bolsa de las compras de su casa en la calle Cramer 117, en la localidad bonaerense de Sarandí, el mismo domicilio que había escrito decenas de veces, al pie de algunas de las cartas que las Madres enviaban a políticos o diplomáticos, con la esperanza, inútil, de que alguna vez les respondieran. Esta vez tampoco llegó a cumplir su objetivo. El Grupo de Tareas 3.3.2 de la Armada había decidido otro destino para Azucena Villaflor De Vicenti ese sábado 10 de diciembre de 1977.




Ambos escritos pertenecen al libro La Rebelión de las Madres de Ulises Gorini Tomo I

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