jueves, 2 de junio de 2011

Truila y Miltar por Hector Germán Oesterheld*

Cuento publicado en 1943
    Esta es la historia de Truila y Miltar, tal como me la contó Karyl, el más viejo entre los gnomos, en un atardecer de verano, mientras los árboles estaban serenos y apacibles, como si pensaran en recuerdos lejanos. Un atardecer de verano en que la luz y la sombra parecían confundirse.

    Truila, el gnomo que se quedó niño, y por eso no llevaba barba y por eso sus ojos están llenos de simpleza y de luz; Truila, el gnomo niño, tenía allá entre las retorcidas raíces de la encina una maravillosa colección de reflejos. Así como hay gnomos que cuidan el sueño invernal de los árboles, para que no despierten antes de tiempo, y gnomos que enseñan a las luciérnagas recién nacidas a encender y apagar sus lámparas, y gnomos que guían a sus hormigueros a las hormigas extraviadas, y gnomos que tejen la luz de la luna los sueños de los niños, Truila, el gnomo niño, reunía en su casita todos los reflejos que encontraba, para que los demás gnomos se recreasen mirándolos.
    En su resplandeciente museo, al lado de la luna mirándose en una charca, estaba el blanco destello de los colmillos del gato montés; y junto a un rayo de sol que resbalaba sobre una hoja brillaba el mirar dulce y profundo de las gacelas. Y también las estrellas, recogidas todas en una gota de rocío, y el arco iris producido por el sol al herir una aguja de hielo, y también... Muchas veces el pájaro de la aurora alzaría su vuelo, si nos pusiéramos a detallar todo lo que había en aquel museo.
   Por ese tesoro, Truila, el gnomo que se quedó niño, era considerado uno de los gnomos más ricos en el país de los gnomos. Pero no faltaban los envidiosos, que le decían que su colección nada valía al lado de la de Miltar, el gnomo triste, el de los ojos siempre en sombra, el gnomo que reunía penumbras allá en su casita oculta en lo hondo del barranco.
    Sería tan difícil enumerar todo lo que había en el tesoro de Miltar, el gnomo triste... Sería tan difícil como pretender nombrar una por una todas las piedrecitas de color que día a día va lavando el arroyuelo de la montaña. Dicen los que aún recuerdan que allí estaba la paz oscura del nido de hornero, la sombra melancólica de un sauce sobre el río, la penumbra llena de lejanos rumores de un caracol vacío. Y el pasado misterio de una noche sin luna ni estrellas, y la tiniebla circular que parecen abrigar los pies de los hongos sombrerudos... Sería tan difícil enumerar todo el tesoro de Miltar, el gnomo triste...
    Sí. No quedaban dudas de que Miltar era uno de los gnomos más afortunados. Pero los envidiosos ponderaban ante él el tesoro de Truila, el gnomo niño, y hasta agregaban que éste se burlaba de la colección de penumbras.
    Y tanto hicieron los envidiosos, que Miltar consideró insuficiente su riqueza de sombras, y se dedicó con afán a conseguir alguna nueva penumbra, algo que hiciese exclamar a todos: "Cosa que iguale en valor a ésta no hay en el tesoro de Truila ".
    Y Truila a su vez quiso humillar para siempre a Miltar encontrando algún resplandor nuevo, tan extraordinario que de él todos dijesen: " ¿De qué vale todo el tesoro de Miltar ante semejante hallazgo?"

   Caviló y caviló Truila, el gnomo niño, allá en su casita oculta entre las raíces de la encina. ¿Cómo conseguir ese resplandor extraordinario? Caviló y caviló, hasta que por fin imaginó atrapar todos los rayos de la luna que plateaban las hojas del bosque. Y decidió construir una trampa para cazarlos y llevárselos a su casita, reunidos en un haz maravilloso.
    En una de sus tantas correrías hasta las casas de los hombres, había visto cómo al salir la luna todos sus rayos asomaban por sobre un viejo muro que rodeaba un jardín. Y tras mucho pensar en la manera de atraparlos en el preciso instante que empezaran a asomar, encontró la solución: pondría en lo alto del muro muchos trozos de vidrio, y en ellos se enredarían los rayos de la luna cuando viniesen a alumbrar el jardín.
   Sin decir nada a nadie, se fue hasta las casas de los hombres, y durante todo un día trabajó en el jardín preparando la trampa. Y cuando llegó la noche, quedose al acecho aguardando la aparición de la luna.
   Estaba Truila escondido, vigilando su trampa, cuando del otro lado del jardín llegó Miltar, el gnomo triste. Venía a recorrer la sombra llena de recuerdos que anidaba entre las grietas del viejo muro. Sobre éste quiso trepar Miltar, para iniciar la búsqueda de su sombra. Y no vio los trozos de vidrio, y su mano se desgarró al apoyarse en ellos.
    Roja y cálida brotó la sangre, y destellos del sol poniente tuvo la luna al herir los vidrios ensangrentados. Corrió Truila hasta el muro, maravillado ante el nuevo reflejo. Y vio entonces a Miltar, el gnomo triste, con su mano desgarrada, que le miraba con sus ojos llenos de sombra.
    Todos los reflejos se borraron entonces para Truila, y una pena muy grande anidó en su corazón y ensombreció su frente. Miltar, un pobre gnomo triste, tenía su mano desgarrada, y él, Truila, era el culpable, todo por querer ser el primero, el gnomo más rico entre los gnomos. Bajó la cabeza, dejó manar el tibio arroyo de lágrimas.
    Vio Miltar la sombra que ensombreció la frente de Truila, el gnomo niño. ¿Qué sombra entre todas sus sombras podía igualarse a la que oscurecía la frente de Truila, que le estaba revelando que éste podía ser su amigo?
    En sus ojos llenos de sombra, brilló entonces un límpido destello... ¡Él, Miltar, el gnomo triste, tenía un amigo!
   Y vio Truila el destello alegre que iluminaba los ojos de Miltar, y comprendió que este reflejo tan pequeñito y nuevo sobrepasaba a todos los reflejos que guardaba en su casita, allá entre las retorcidas raíces de le encina... El puro destello de un par de ojos que descubren un amigo...

   Nunca más rivalizaron Truila, el gnomo niño, y Miltar, el gnomo triste. Reunieron sus dos tesoros y anduvieron desde entonces siempre juntos.
    Y son los envidiosos, los que quieren hacer recordar a Miltar que Truila le desgarró una vez la mano, los que siguen poniendo trozos de vidrio sobre los muros.
   Y los pobres rayos de luna, que nada tienen que ver con esto, siguen enredándose en ellos...

   Esto me lo contó Karyl, el más viejo entre los gnomos, en un lento atardecer de verano en que la luz y la sombra parecían confundirse, como si fueran muy amigas.



*El más grande creador de la narrativa de aventura en Argentina, nació el 23 de julio de 1919. Su primera publicación fue el cuento "Truila y Miltar" (1943). A partir de 1950 escribe cuentos infaltiles y fundamentalmente, historietas como el éxito "El Eternauta".Fue secuestrado por las Fuerzas de seguridad de la dictadura en abril de 1977.

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