Por Jorge Luis Ubertalli
Historiador revisionista, abogado defensor de presos políticos y sindicales, representante legal de gremios, periodista, profesor, diputado y, por sobre todo, revolucionario, fue el compañero Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) el 31 de julio de 1974. Vocero del peronismo revolucionario, el cristianismo revolucionario y la izquierda revolucionaria a travès de la revista “Militancia”, ajeno a todo sectarismo, crítico de Perón en sus ùltimos años y siempre franco y ejemplificante, el “Pelado”, como le llamaban amigos y compañeros, admirado por los que seguíamos su huella desde una generación posterior, se constituyó y se constituye en un ejemplo que nos une en pos de la liberación nacional y social de la Patria en el marco del socialismo.
Apenas conocido hoy por algunos, ignorado por otros, aborrecido por advenedizos y traidores del movimiento obrero y popular, sigue presente en los corazones de aquellos que supimos atesorar sus enseñanzas teóricas y prácticas. Dotado de una particular cultura e inteligencia, políglota- leía en francés, inglés, alemán, italiano, portugués, latín y griego, además del castellano- este apóstol popular, que se recibió a los 20 años de abogado e incursionó en la filosofía, la economía, la literatura y otros ítems; que proveniente de una familia acomodada podría haber sido el Gardel de los culorrotos y comemierdas que tanto abundaron, abundan y abundarán en el país, prefirió ser el vocero y defensor a ultranza de sus hermanos, los trabajadores, los pobres de vidas e influencias, los explotados y oprimidos por el capitalismo.
“¿Qué pasa flaca?”
Fueron sus ùltimas palabras. A las 22.25 de aquel 31 de julio, cuando un presunto taxi, que luego se supo formaba parte de la patota que lo asesinò, lo dejò en la esquina de Arenales y Carlos Pellegrini, ya habìa sido montada la operación. Dos autos, momentos antes, se habìan cruzado a lo ancho de la Avenida Santa Fè, para no dejar pasar a nadie, en tanto civiles de caras torvas desviaban el trànsito. Al momento del apeamiento de Rodolfo y su esposa, Elena Villagra, del vehìculo que los habìa transportado, desde un Ford Fairlane verde, que se les apareò, bajò un sicario que calzaba en su rostro una media de mujer y disparò contra la pareja con una subametralladora. El primer disparo atravesò el rostro de Elena, los otros, 24, impactaron en la cabeza de Rodolfo, en el antebrazo, en la muñeca y en otras partes de su cuerpo. Mientras el sicario y sus dos compinches, protegidos por el oficialismo, huían, el cadáver de Rodolfo fuè trasladado a la comisarìa 15, adonde concurrieron sus amigos, Diego Muñiz Barreto, Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Zito Lema, quienes se trenzaron con el comisario Alberto Villar, nombrado por Peròn como jefe de la Policìa Federal y luego fundador de la Triple A, quien entrò sonriendo jocosamente a la sede policial a poco de producido el asesinato.
Complicidades varias concurrieron a hacer posible el martirio del “Pelado”.
Legisladores justicialistas y de la oposiciòn, directivos del Consejo Nacional Justicialista que habìan presentado a Peròn a fines de 1973 un plan de eliminaciòn de “zurdos”, que comenzò con la voladura el automòvil del abogado radical Hipòlito Solari Irigoyen, periodistas venales, servicios de inteligencia y policiales, militares y policías, jerarcas de la Iglesia, burócratas sindicales y otros se hallaron implicados, directa o indirectamente, en la muerte del abogado y legislador del pueblo. El mismo dìa de su muerte y a las 20 horas, un supuesto redactor del periòdico El Cronista Comercial se habìa comunicado con Ortega Peña, quien se hallaba en su oficina del Congreso, para solicitarle una entrevista a las 21.30, que nunca se concretò. El supuesto cronista, se supo màs tarde, era un miembro de la Triple A, ya que inquirido posteriormente al asesinato el director del medio periodístico sobre esa supuesta entrevista, negò que se hubiera solicitado desde esa redacción. Controlado por servicios y parapoliciales y bajo contìnuos seguimientos, que se realizaban a plena luz con el fìn de amedrentarlo; aleccionado por sus amigos para que no se mostrara tan públicamente, usara un chaleco antibalas, se exilara o solicitara custodia, el “Pelado” respondìa: “la muerte no duele”. Sin embargo doliò. A todos nosotros, que lo perdimos como al “francotirador” que unìa a todos los revolucionarios, peronistas, marxistas y cristianos, bajo las banderas de la liberaciòn nacional y el socialismo. Sin pertenecer a ninguna organización revolucionaria en particular, las contenìa a todas. Era prenda de unidad de todo el campo popular, que habìa combatido a la dictadura con las ideas, las huelgas reprimidas y las manifestaciones sableadas, primero, y las armas en la mano después. “La sangre derramada no serà negociada”, transcribìa la manta ubicada detràs de su féretro, ubicado en el primer piso del la Federación Gràfica Bonaerense, donde fue velado. Su paso efìmero por la vida- tenìa 38 años al momento de su asesinato- habìa calado hondo en los hacedores de quimeras, militantes de la vida y el Hombre Nuevo. Allí estaban presentes, entre otros, el inolvidable Jorge Di Pascuale, secretario general del Sindicato de Empleados de Farmacia, secuestrado-desaparecido en 1976, Eduardo Luis Duhalde, su amigo y compañero, Raymundo Ongaro, Secretario General de la Federación Gràfica Bonaerense, Manuel Gaggero, director del clausurado diario El Mundo, Norberto Habegger, subdirector del diario Noticias, mas tarde secuestrado desaparecido y otros compañeros de distintas organizaciones. Coronas que rezaban “Militancia”, “Fuerzas Armadas Peronistas”, “Peronismo de Base”, “Montoneros”, “Agrupación `Lealtad y Soberanìa’” de Trabajadores de Farmacia; “Alianza Popular Revolucionaria”, “FAL 22 de Agosto”, “Nuevo Hombre” , “PRT- ERP” , “JTP”, “Alianza Popular Revolucionaria”, “Sindicato Unico de Empleados del Tabaco”, “Agrupación Docente 29 de Mayo” y otras tantas, cientos, testimoniaban el cariño y el respeto plural y ùnico hacia el compañero caìdo.
Y tambièn el odio de los enemigos del pueblo, sus enemigos. “Sus compañeros de D.I.P.A” rezaba una corona que, junto a otra del “Ministerio de Defensa”, fuè echada a la calle. DIPA, disuelta por el gobierno de Hèctor J. Càmpora, asumido el 25 de mayo de 1973, fue la sigla de la Direcciòn de Investigaciones de Partidos Antidemocràticos, sucesora de la Secciòn Especial de Represiòn al Comunismo y engendro de la Secretarìa de Informaciones del Estado (SIDE). Organismo fundamental de la represiòn polìtica popular, dependiente de la Policía Federal, participò a travès de sus cuadros de la Triple A, cuyas cabezas visibles fueron el “brujo” Josè Lòpez Rega, ministro de Bienestar Social, el comisario Villar, antes citado, el comisario Muñoz, hoy procesado, y los comisarios Morales y Almiròn. Este ùltimo, cabe destacar, una vez huido a España antes de la debacle de Isabel Peròn, confesò allì su autorìa en cuanto al asesinato de Rodolfo Ortega Peña. Al entierro del “Pelado” en la Chacarita concurrieron miles, que fueron reprimidos.
Anecdotario
“¿Que hacès?. ¿ No ves que es el Pelado Ortega Peña y su esposa”?- inquiriò por lo bajo quien esto escribe a una compañera, cuando en un acto de presentaciòn del Peronismo de Base universitario, llevado a cabo en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1973, hizo abrir a Elena Villagra su cartera para ver su contenido. Cerca de allí, grupos perofascistas habían atacado una asamblea estudiantil en Ciencias Económicas, y la orden entonces era adoptar las máximas medidas de seguridad del acto y la protección de los compañeros que a él asistían. Elena, con una sonrisa complaciente, cumpliò con la indicaciòn, intuyendo que la compañera de seguridad, muy jòven todavía, no la habìa reconocido. El Pelado esbozò una sonrisa còmplice al autor de esta nota, que, responsable del area, no supo donde meterse. Sòlo esbozò un “disculpe, compañero”, sonrojado. Y allì se quedò.
Cuando Rodolfo, ya diputado elegido por el Partido Justicialista, se convenció de que sus pares constituían una caterva de traidores, y ya distanciado del propio Perón, a quien acusaba de haber traicionado el programa del FREJULI, puso su solitaria banca al servicio de las bases trabajadoras. Formó entonces el Bloque de Base, unipersonal, desde donde defendiò a capa y espada a todo trabajador explotado que confrontara con su patronal. Quien esto escribe recuerda su participación en la defensa de los laburantes de la fàbrica Insud S.A., de La Matanza, cuyas emanaciones de plomo los enfermaban de saturnismo. En el norte, sur, este y oeste del paìs, el Bloque de Base, con el “Pelado” al frente, batallaba contra los explotadores y canallas. Desde “Militancia”, esclarecía mentes y propagandizaba los combates populares. En el número 29 del 27 de diciembre de 1973, y en la sección Correspondencia de Lectores, la revista reproducía un manifiesto de la Unión de Oficiales Argentinos ‘Lautaro’, Departamento de Gendarmería Nacional, fechada el 18 de diciembre. En ella, el grupo de oficiales de Gendarmería expresaba su descontento por tener que ocuparse de “la custodia de empresas de capitales extranacionales, medida que se contradice con las pautas de liberación enunciadas en el gobierno y las afirmaciones efectuadas por el señor Comandante en Jefe del Ejército, General Raúl Carcagno, y que apoyáramos en su oportunidad…”. Secciones como el Diccionario de la Entrega, Cárcel del Pueblo, donde iban a parar los políticos entreguistas; Comunicaciones, donde se transcribían los comunicados de agrupaciones sindicales, políticas y político-militares; las críticas al “colonialismo en la prensa”; las “reflexiones para el análisis”, el inefable “Tendencio”, dibujo que con pocas palabras decía mucho y otras muchas secciones, entre ellas los Cuadernos de Base, de formación sindical, constituían esa “Militancia” que, cual manual popular organizativo, discutíamos con nuestros compañeros en puntos tan distantes como La Salada, Bajo Flores, Filosofía y Letras o Bariloche.
En el número citado mas arriba, y como homenaje a los compañeros del Peronismo de Base-Fuerzas Armadas Peronistas Tito Delleroni y su compañera Nélida Chiche Arana, asesinados en el andén de una estación de ferrocarril por esbirros del la Triple A, el autor de esta nota dedicó un poema: “Confidencias”, que firmó como Un compañero del Peronismo de Base. En aquel momento, firmar algo o aparecer en alguna foto significaba una sentencia segura de muerte. El “Pelado”, sin embargo, no podía ni quería ocultarse ni usar seudónimos. Su función era servir al pueblo desde su cargo, su nombre y sus cojones. Y cayó y nos dejó su semilla. Esa que florece hoy como ayer bajo la misma consigna de Evita: “Caiga Quien Caiga y Cueste lo que Cueste, Venceremos!, Pelado. ¡Hasta la Victoria, Siempre!
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