jueves, 24 de noviembre de 2011

Dia Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer


Minerva, Patria y Maria Teresa Mirabal fueron asesinadas el 25 de noviembre de 1960 bajo la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo en Republica Dominicana.
Criadas para ser madres y religiosas, las “Mariposas” como se hacían llamar, comenzaron a descubrir que “El Jefe” llego al poder de una manera poco decente, que torturaba y mataba gente y que le gustaba coquetear con niñas.
Este descubrimiento las hizo involucrarse activamente en el movimiento opositor al
régimen.
A partir de su coraje por la libertad política de su país, lo que les costó la persecución encierro y muerte, se conmemora esa fecha el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Su historia fue recreada en el libro En el tiempo de las Mariposas de Julia Alvarez, compartimos un fragmento donde a partir del relato de Dedé, hermana de las Mirabal, la autora reconstruye el momento del asesinato.

En el tiempo de las Mariposas
de Julia Álvarez
Fragmento del Epílogo


Patria, Minerva y Maria Teresa Mirabal
Al parecer, salieron del pueblo a las cuatro y media, pues el camión que los precedía montaña arriba marcó el reloj al salir del edificio de Obras Públicas local a las cuatro  y treinta y cinco. Hicieron una parada en un pequeño establecimiento junto al camino. Estaban preocupadas por algo, dijo el propietario, aunque no sabia qué. La mas alta iba y venia al teléfono, y hablaba mucho.
El propietario había pedido mucho cuando me contó todo esto. No se movia de su silla, y su mujer se secaba los ojos cada vez que su marido decía algo. Me informo lo que había ordenado cada una. Dijo que quizá yo quería saberlo. Dijo que a último momento, la bonita, la de trenzas, decidió comprar chicles de tres clases: canela, amarillos y verdes. Buscó en el frasco, pero no encontró ninguno con el envoltorio color canela. Nunca se perdonara por no haberlo encontrado. Su mujer lloraba por las pequeñas cosas que podrian haber hecho felices esos últimos momentos. El sentimentalismo era excesivo, pero yo escuche su relato, y les agradeci por haber ido.
Parece que al principio el jeep seguía al camión en la subida. Luego, cuando el camión aminoró la marcha, el jeep lo pasó, aceleró, y después de una curva ya no lo vieron más. Luego el camión llegó al lugar de la emboscada. Un Austin azul y blanco bloqueaba la parte del camino; el jeep se vio obligado a parar; las mujeres fueron conducidas pacíficamente, según dijo el camionero, pacíficamente hasta el auto. Tuvo que frenar para no atropellarlas y fue entonces cuando una de las mujeres-creo que debe haber sido Patria, la mas baja y gordita- se zafo de sus captores y corrió hacia el cambio. Se colgó de la puerta gritando: ¡ Diganle a la familia Mirabal de Salcedo que los caliés van a matarnos!”. Detrás de ella fue uno de los hombres, le aparto la mano de la puerta y la arrastro al auto.
Parece que no bien el camionero oyó la palabra “calié”, cerró la puerta que había empezado a abrir. Siguiendo las señas que uno de los hombres le hacia con la mano, pasó junto a los autos. Yo tenia ganas de preguntarle: “¿Por qué no se detuvo a ayudarlos?” Pero por supuesto, no se lo pregunte. Aun asi, él vio la pregunta en mis ojos, y agacho la cabeza.
Mas de un año después de la ida de Trujillo, todo salió a la luz en el juicio a los asesinos. Pero aun entonces hubo varias versiones. Cada uno de los cinco asesinos decía que los otros se habían ocupado del asesinato. Uno dijo que él no había matado a nadie. Había llevado a los muchachas a la mansión de La Cumbre, donde El Jefe las había matado.
El jucio salió por TV el dia enterio durante casi un mes
Tres de los asesinos por ultimo reconocieron que cada uno de ellos había matado a una de las hermanas Mirabal. Otro mató a Rufino, el chófer. El quinto se quedó en un costado del camino para avisar a los demás si venia alguien.
Al principio todos trataron de decir que eran ese hombre, el de las manos más limpias.
Yo no quería oir como lo hicieron. Vi las marcas en la garganta de Minerva, y las huellas en el pálido cuello de Mate, claras como el agua. Tambien las golpearon con la culata de sus armas: lo vi cuando les corte el pelo. Se aseguraron de que estuvieran bien muertas. Pero no creo que violaran a mi hermanas, no. Lo constaté lo mejor que pude. Creo que es prudente decir que en ese sentido se comportaron como caballeros asesinos.
(…)
La noche anterior no pegué un ojo. Jaime David estaba enfermo y se despertaba a cada rato, por la fiebre; quería agua. Pero no era él el que no me dejaba dormir. Cada vez que gritaba, yo ya estaba despierta. Por fin Sali a esta galería y espere el amanecer, hamacándome como si con eso fuera a traer el dia. Preocupada por mi hijo, pensaba.
Y luego una suave vislumbre se esparció por el cielo. Escuche los arcos de la mecedora haciendo triquitraque sobre las baldosas, el gallo único que cacareaba, y, a lo lejos, el sonido de los cascos de caballos que se iban acercando. Corrí por la galería hasta el frente de casa. Y , si: aquí estaba el peoncito de mamá que llegaba galopando en su mula, con las piernas colgado hasta el suelo. Es gracioso lo que uno recuerda. No un mensajero que aparece en esa hora espectral del alba, cuando el rocío todavía esta espeso sobre el pasto. No. Lo que mas me sorpredio fue que hiciera galopar esa mula testaruda.
El muchacho no se molestó en desmontar. Dijo:
-Doña Dedé, su madre quiere que vaya ahora, en seguida.
Ni siquiera le pregunte por qué. ¿Ya lo adivinaba? Corrí a la casa, entré en el dormitorio, abri el ropero, saqué mi vestido negro de la percha, descosiendo la manga derecha y despertando a Jaimito con mi llanto lastimero.
Cuando Jaimito y yo entramos en el sendero, vimos a mamá y a los niños que salían corriendo de la casa. No pensé: “las chicas”. No, pensé “hay un incendio”, y empecé a contar para cercionarme de que no quedaba nadie adentro.
(…)
Y entonces oimos un auto que se acerca. Por la celosía donde espiábamos reconozco al hombre que reparte los telegramas. Le digo a mi mamá que espera allí, que yo iré a ver qué quiere. Voy en seguida, para evitar que se acerque más a la casa, pues ahora hemos logrado calmar a los niños.
-Hemos estado llamando. No podemos comunicarnos. El teléfono debe de estar descolgado, o algo así.- Está haciendo tiempo, me doy cuenta. Por fin me entrega el sobrecito con una ventallina transparente, y luego me da la espalada, porque no se puede ver llorar a un hombre.
Lo rompo para abrirlo, saco la hoja amarilla, leo cada palabra.
Vuelvo tan despacio a la casa que no sé cómo llego.
Mamá sale a la puerta, y le digo, mamá, la valija no es necesaria.

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