jueves, 17 de noviembre de 2011

La Batalla de La Vuelta de Obligado- 20 de Noviembre de 1845

El 20 de noviembre de 1845 se produjo la Batalla de la Vuelta de Obligado en las márgenes del Río Paraná apartir  de la invasión de las Tropas anglo-francesas con el pretexto de restaurar la paz por los conflictos entre Buenos Aires y Montevideo y liberar al pueblo de la "dictadura rosista".El ejercito de la Confederación argentina lidearada por Rosas encadenó las márgenes del río para frenar el avance.



Fragmento del libro
Rosas, Nuestro Comtemporaneo
de Jose María Rosa
Capitulo VIII
La Intervención Anglo - Francesa
(1845 - 1850 )

 
¿CÓMO GANÓ ROSAS?
El gran talento político de Rosas se revela en esta segunda guerra contra el imperialismo europeo: su labor de estadista y diplomático fue llamada genial por sus enemigos extranjeros, aunque por razones obvias no ha encontrado en su patria el reconocimiento que merece.
Analicemos la táctica de Rosas, empezando por comprender que el gobernante de 1842 no es el mismo de 1829, ni siquiera de 1838, cuando la intervención francesa. Ahora ha comprendido al imperialismo y sabe los medios de que se vale; también que no puede contar con todos los argentinos, y una buena parte de ellos – precisamente los de mayor gravitación social y económica – estarán con el invasor y con sus libras esterlinas y  francos formarán ejércitos libertadores, libres del sur, del norte, etc., invocando la “humanidad”, la “constitución” o lo que se quiera. ¿Cómo vencer a los interventores y sus auxiliares en una situación tan desventajosa? ¿Cómo imponerse un país chico y desunido contra otro grande (en este caso, dos grandes) con fortísimos auxiliares internos... ? Es posible, pero a condición de cumplirse ciertas reglas: 1) Presentar un frente interno unido, sin resquicios para las libras y francos del enemigo, y 2) trabajar con habilidad las contradicciones internas de éste. Algo semejante – valga el símil – al judo japonés, donde el pequeño vence al gigante al no dejarse agarrar, y se vale de las fuerzas del adversario para dar en tierra con éste.
Es lo que hizo Rosas en una habilísima labor empezada desde que no le cupieron dudas de la intervención extranjera. No había una Argentina unida, pero debía darse la apariencia de tal. Si no era posible eliminar a todos los unitarios, podía aquietárselos con un susto mayúsculo. Empezó por tener buena policía (descuidada hasta 1840), que le informaba, por sus clasificaciones de las actividades de sus enemigos; interceptó su correspondencia; restableció el grito de los serenos "¡Mueran los salvajes unitarios! y hubo estrepitosas visitas domiciliarias a los más comprometidos que no respetaban las vajillas celestes y afeitaban en seco las barbas en U de los discípulos de Echeverría. Imaginémonos el Buenos Aires en esos tiempos sin radio, ni televisión, donde se aguardaba la voz del sereno para saber la hora y el estado del tiempo. Los unitarios oían el pregón constante: “¡Viva la Confederación Argentina - mueran los salvajes unitarios - las nueve han dado y sereno (o nublado, lloviendo)!" Oían eso y quedaban muertos de miedo. Agreguémosle el recuerdo de las escenas de octubre de 1840 y abril de 1842, y el eco de algunas visitas de los vigilantes de chiripá rojo, gorro de manga, grandes bigotazos federales y pesados sables de caballería, que a los gritos de "¡Viva el ilustre Restaurador!" revisaban la correspondencia, rompían las vajillas comprometedoras y afeitaban las barbas sospechosas. Comprenderemos entonces por qué no hubo conspiraciones entre 1840 y 1852, ni complots a lo Maza, ni “libres” del sur, ni "coaligados” del norte, pese a la agresión anglo-francesa. Y por qué Guizot pudo decir "ahora son inútiles nuestras letras de cambio". Y no nos extrañará que Rosas pudiera ganar la guerra.
Conseguida la unión interna por esos medios (que deben reconocerse los únicos posibles en un país tan dividido), Rosas trabajó las contradicciones del adversario. Empezó por formar el mejor cuerpo diplomático jamás tenido por la Argentina: Sarratea en París, Manuel Moreno en Londres, Guido en Río de Janeiro, Alvear en Nueva York. Más que enviados ante los gobiernos, cumplieron la misión de atraerse las grandes fuerzas económicas y obrar sobre la opinión pública por medio de la prensa. Una bien montada oficina de propaganda, cuyo eje era el Archivo Americano redactado por Pedro de Angelis con correcciones del mismo Rosas, distribuía por el mundo entero lo que interesaba se publicase, y un bien provisto fondo de reptiles subvencionaba los periódicos extranjeros. Como la guerra que nos hacían los gobiernos inglés y francés no era una guerra nacional movida por el odio, la rivalidad o la defensa, sino una guerra imperialista – “comercial” la llama Rosas – y ni ingleses ni franceses nos odiaban, bastaría mostrarle al público las cosas como eran para que éste, que siempre está con el débil contra los fuertes, apoyase a Rosas. Como sucedió.
Sobre todo estaban los intereses económicos. El bloqueo de Buenos Aires perjudicaba a muchos extranjeros: los exportadores e importadores de aquellos productos permitidos por la ley de aduana, los propietarios ingleses y franceses de tierras argentinas, en Francia los manufactureros de tejidos finos, vinos caros, sederías, que no tenían símiles en la fabricación criolla, los banqueros que les daban crédito, etc. Todos esos intereses, hábilmente coordinados por Sarratea y Manuel Moreno, jugaron a favor del triunfo argentino.
Una gran arma a favor del país fue la constituida por los tenedores de títulos del empréstito inglés contratado en tiempos de Rivadavia, cuyos servicios no se pagaban. Hasta que Rosas, con criterio político, reanudó el pago de una parte (5.000 fuertes mensuales) en mayo de 1844 "mientras pudiere hacerlo” (es decir: mientras no le bloquearan el puerto). El gesto de Rosas fue saludado con entusiasmo por los bonoleros (así llamaba Rosas a los bondholders, “tenedores de bonos"), que creyeron ver en su actitud un ejemplo para los gobiernos morosos. Y apreciarse un papel que no valía nada. Cuando llegó la intervención y se bloqueó buenos Aires en septiembre del año siguiente, Rosas dejó de pagar a los bonoleros, que reaccionaron contra el gobierno conservador de Peel y Aberdeen. Como tocar a un ahorrista es tocar a todos los ahorristas – como dañar a un obrero es dañar a todos – la Bolsa entera de Londres se puso contra el bloqueo arrastrando al diario Times, no obstante su militancia conservadora, porque ante todo quería seguir siendo el órgano de los ahorristas.
Este desbarajuste interno fue aprovechado en inglaterra por los liberales, esperanzados en recobrar el gobierno. Para remachar el clavo, Rosas atinó a usar el empréstito, que había sido concertado como arma de dominación, empleándolo como arma de liberación. Hizo suponer a los bonoleros que se les podía pagar totalmente si Inglaterra indemnizaba la agresión cometida contra las Malvinas: hubo gestiones del Committee of Bondholder ante Aberdeen, naturalmente rechazadas. Los bonoleros, la Bolsa, el Times se movieron con más encono que nunca contra el gabinete. Quien acabó por perder las elecciones, reemplazado por los liberales que hicieron la paz con Rosas.
Algo semejante – con características propias – pasaría en Francia. No fue poca la intromisión de Sarratea en el estado de cosas que produjo en febrero de 1848 la caída de Luis Felipe; siendo el ministro argentino el primero en reconocer la Segunda República.




La Batalla de la Vuelta de Obligado de Rodolfo Campodónico
LA VUELTA DE OBLIGADO
Además de todas esas medidas diplomáticas, Rosas tomó las prevenciones militares correspondientes. Aunque resistir una agresión de la escuadra anglo-francesa formada por acorazados de vapor, cañones Peyssar, obuses Paixhans, etc., parecía una locura, Rosas lo hizo. No pretendía con su fuerza diminuta – cañoncitos de bronce, fusiles anticuados, buques de madera – imponerse a la fuerza, grande, sino presentar una cumplida resistencia, que "no se la llevasen de arriba los gringos". Artilló la Vuelta de Obligado, y allí es dio a los anglo-franceses una bella lección de coraje criollo el 20 de noviembre de 1845. No ganó, ni pretendió ganar, ni le era posible. Simplemente enseñó – como diría San Martín – que "los argentinos no somos empanadas que sólo se comen con abrir la boca”, al comentar precisamente, la acción de Obligado.
Cuando los interventores comprendieron que la intervención era un fracaso; que fuera de las ocho cuadras fortificadas – y subvencionadas – de su base militar en Montevideo, no podían tener nada más; cuando los vientos sembrados por los diplomáticos de Rosas en París y Londres maduraron en tempestades; cuando el mundo entero supo que los países pequeños y subdesarrollados pueden ser invencibles si una voluntad firme e inteligente los guía, ingleses y franceses se apresuraron a pedir la, paz.
En 1847 vinieron Howden y Waleski para envolver a ese “gaucho” en una urdimbre diplomática. Se fueron corridos, porque Rosas resultó mejor diplomático que ellos. En 1848 llegaron Gore y Gross; ocurrió lo mismo. Hasta que en 1849 Southern por Inglaterra y en 1850 Lepredour por Francia, aceptaron las condiciones de Rosas para terminar el conflicto. Hasta la cláusula tremenda de humillar los cañones de Trafalgar y Navarino ante la bandera azul y blanca – que de esta manera se presentó al mundo asombrado –, reconociendo haber perdido la guerra.
"Debemos aceptar la paz que quiere Rosas, porque seguir la guerra nos resulta un mal negocio” dijo Palmerston en el Parlamento pidiendo la aprobación del tratado Southern. Y el Reino Unido no se estremeció por ello. Algo distinto pasaría en la patriotera Francia, pero finalmente Napoleón III, debió resignarse a la derrota.
Así Rosas dio al mundo la lección de como los pequeños pueden vencer a los grandes, siempre que consigan eliminar los elementos internos extranjerizantes y atinen a manejar con habilidad y coraje sus posibilidades.

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